Montserrat
La “misteriosa llum” de Manresa, patrimonio de la Humanidad
Su origen hay que buscarlo en el siglo XIV, en una disputa entre el obispo de Vic y los vecinos de Manresa
Si no viviéramos en el año 2 de la Era Pandémica quizá ayer habría celebrado una de mis fiestas favoritas a los pies de la montaña de Montserrat. Su inconfundible perfil dentado -a veces visible desde Barcelona- no solo acoge el monasterio en el que se refugia la Moreneta, sino también mil y una historias que descansan en ese delgado filo que separa lo natural de lo sobrenatural y que tanto me atraen. Una de ellas -acaso la mejor documentada- es precisamente la que ha dado pie a la efeméride de la “misteriosa llum”. Su origen hay que buscarlo en el siglo XIV, en una disputa entre el obispo de Vic y los vecinos de Manresa. Eran tiempos en los que aún estaba en juego lo esencial. El llamado “corazón de Cataluña” vivía su primer boom inmobiliario. Buena parte de los payeses de la comarca querían instalarse en los dos únicos barrios que tenía el municipio, mientras admiraban atónitos la imparable construcción de puentes, mercados e iglesias góticas. Fue justo entonces cuando esos recién llegados forzaron que fuera el río Llobregat y no el Cardener -más cercano pero menos caudaloso- el que les suministrara el agua que necesitaban. Con permiso de Pedro IV de Aragón excavaron una gran acequia para llevársela… y con ella llegaron sus problemas. Dicen las crónicas que su obra atravesó las tierras del obispo de Vic y que éste, contrariado por aquella “okupación”, excomulgó a divinis a sus feligreses. Nada nuevo en un país que ya estaba herido de taifas. El debate que se abrió fue enorme. La condena episcopal prohibió a los manresanos atender misas, bautizar, desposar e incluso enterrar a sus muertos en camposanto. Y estos, desesperados, organizaron una asamblea para ver cómo revocar aquel edicto. Para ello convocaron a todo pueblo el 21 de febrero de 1345 en el interior de la iglesia del Carmen.
Entonces sucedió algo extraordinario.
En un acta redactada días después por el notario Pere de Pulcrosolano -y que se conserva enmarcada en el Ayuntamiento- se lee que en medio de aquella reunión irrumpió en el templo, sobre el altar de la capilla de la Trinidad, “una llama o signo claro y refulgente que parecía una estrella”. El documento detalla con estupor que la luminaria abandonó “dicha capilla y ascendió suavemente y sin precipitarse (…) y después salió de allí y subió a la de la Santa Cruz y San Salvador; y desde entonces no vieron más el signo, llama o prodigio”.
Su relato se adornó enseguida con prodigios que mencionaban campanas que tocaron solas o con luces que se partían en tres para volver a unirse al poco, hasta que terminó llegando a oídos del obispo. Habían pasado ya seis años desde su condena. El ilustrísimo Galceran Sacosta -seguramente enfermo y sabiéndose cerca del fin de su episcopado-, debió ver en aquella luz una oportunidad, una señal, para levantar su interdicto y permitir como señor feudal que era la conclusión de la acequia.
Ahí nació la fiesta de la “misteriosa llum”.
En este cuento, sin embargo, no se suele precisar que esa no fue la primera vez que aquello se dejó ver en el Bages. En el altar mayor de la basílica de la Moreneta, Montserrat arriba, todavía puede admirarse una pintura que reconstruye el hallazgo de la figura románica que hoy es uno de los iconos de Cataluña. La tela representa a unos pastores corriendo hacia la montaña. Sobre ella se aprecia un sospechoso resplandor esférico. El lienzo resume un relato que se remonta al siglo IX y que cuenta cómo, durante siete sábados consecutivos, cabreros del pueblecito de Monistrol fueron testigos del descenso de varias “llums misteriosas” sobre los farallones próximos. Curiosamente, fueron las autoridades eclesiásticas de Manresa las que les animaron a explorar el lugar y también las que les llevaron a descubrir la gruta en la que alguien –”en tiempos de los moros”- puso a buen recaudo la hoy célebre imagen negruzca de la “Mare de Deu” de Montserrat.
Ayer solo unos pocos echamos de menos esta historia. En Manresa anduvieron ocupados sincronizando sus relojes para que a las veintiuna horas y veintiún minutos del domingo 21, del año 21, veintiún focos de fuego y luz se encendieran en sus calles y pudieran ser vistos desde cualquier ventana. Fue su forma de olvidar que este año tampoco han tenido mercado medieval, ni bolangeras, ni gigantes y cabezudos, ni la representación de Pedro “el Ceremonioso” entrando en Manresa de la mano de su esposa María de Navarra para cuestionar al obispo Sacosta. Lo bueno es que, pese al parón pandémico, sus vecinos no lo dan todo por perdido. El año que viene, con permiso de la covid, celebrarán el quinto centenario de la llegada de Ignacio de Loyola a Manresa. Fue allí, en otra cueva con vistas al macizo montserratino, donde el fundador de la Compañía de Jesús redactó sus “Ejercicios espirituales” y donde dio forma, de paso, a una de las organizaciones religiosas más influyentes de la Historia.
Solo espero que en 2022 nadie olvide que en sus calles el “soldado de Dios” tuvo también su particular encuentro con una misteriosa luz que debería ser declarada ya patrimonio inmaterial la UNESCO. Lean los escritos ignacianos. No miento. Están llenos de visiones de serpientes refulgentes y de estrellas que bajaban del cielo para iluminar el suelo de su refugio.
Yo sé que esas luces siguen allí. Alguna vez las he visto con mis propios ojos. ¿Por qué creen si no que lamento tanto no haber celebrado la fiesta de la “misteriosa llum” como se merece?
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