Yihadismo

Muda

Algo en su interior se secó y ni una palabra más brotó de sus labios, un inmenso dolor sustituyó a la conversación.

La más extraña entrevista de mi vida tuvo lugar en Erbil, capital del Kurdistán, con persona interpuesta, porque mi interlocutora no hablaba. Un muchacho me contaba que la señora vivía en Mosul cuando llegaron los yihadistas vigorosos, jóvenes, vestidos de negro, crueles. Que a los vecinos les propusieron pagar cinco mil euros mensuales por cabeza o convertirse, que se marcharon porque no tenían alternativa. Era pequeña de estatura y con unos ojos negros como mares, anciana y encogida por dentro. Llevaba un año viviendo en un contenedor de la parroquia de Erbil, extendía las mantas por el suelo, hacía te en un hornillo y cuidaba a los nietos, en silencio. En agosto de 2014, tras el susto inmenso con los hombres de negro, los que sumergían en jaulas a las personas y las ahogaban en piscinas, los que obligaban a los niños a presenciar sacrificios humanos en estadios de fútbol, los que clavaron las cabezas de los ajusticiados en las verjas de los parques de Mosul, la vieja echó a andar para salvar los 100 kilómetros hasta el territorio kurdo. Los yihadistas les habían confiscado el coche sin apiadarse de su edad ni de que padeciese de la cadera. Confiaba en poder subirse a alguno de los vehículos que pasaban huyendo, pero todo iba lleno. Anduvo, anduvo, anduvo. Primero se le inflamó la cadera, después las rodillas, finalmente los tobillos dejaron de responder. Apretó los dientes y se apoyó en el brazo de su nuera y después se arrastró colgada de los hombros del hijo y siguió andando, andando, negándose a escuchar los gritos de su cuerpo doblegado. Estuvo semanas con antinflamatorios en Erbil, tirada en la manta, como un perro que se lame las heridas. Algo en su interior se secó y ni una palabra más brotó de sus labios, un inmenso dolor sustituyó a la conversación. Se había hecho muda para intentar orillar la memoria de la humillación, la injusticia, el egoísmo más atroz. El domingo por la mañana pensé que esa vieja acogía al Papa en Mosul y que yo debía poner palabras donde no las hay.