Televisión

Sin conocerme de la tele

«Pocas veces se ve una cara tan bella, ya puede estar orgulloso», le dice a mi cuñado, seguramente le cree mi marido.

«¡Qué ojos!» Los que salimos en televisión tenemos el regalo de vernos interpelados por desconocidos. La señora se ha detenido junto a nuestra mesa. «Es usted tan guapa...» Me bajo la mascarilla, por coquetería. Interrumpe la conversación y nos quedamos suspendidos por tanta avidez. «Pocas veces se ve una cara tan bella, ya puede estar orgulloso», le dice a mi cuñado, seguramente le cree mi marido. Es una anciana inusitadamente activa, vestida casi elegantemente de burdeos, con las uñas pintadas, pero el pelo sin hacer, con las medias sólo hasta las rodillas, como si algo fuese mal en una película de lujo. Farfulla algo en mal francés y el hijo, un varón maduro, con boceras de depresión y los ojos fijos bajo unas gafas gruesas, se esfuerza por apartarla. Hace una tarde de abril deslumbrante en la terraza abigarrada, donde nos han puesto un mojito de fresas y una taza con ositos de goma. No hablamos unos con otros, los comensales, pero nos miramos entusiasmados, como recién salidos de las casas de invierno, personajes de un cuento contentos de comprobar que el argumento incluye a otros y no es el sordo monólogo de un loco. «Estará usted orgulloso», de nuevo se dirige a mi cuñado y, de repente, me mira y me pregunta: «¿Es su hijo?» Me desconcierta por completo. «Oh no, es mi cuñado» «Enchanté» dice la mujer y ensaya una reverencia un poco ridícula. Mi cuñado y yo nos llevamos apenas cinco años, me siento como Alicia en el cuento de Caperucita. «Yo he viajado por todo el mundo...» intenta continuar. El apurado hijo tira de su brazo: «Ya está bien mamá...» «¡Qué guapa es! ¿verdad?». Los ojos acuosos se dirigen ya en otra dirección, tras el hijo, a su asiento en una mesa cercana. Su entusiasmo se queda en el aire. Conozco miradas ausentes, miradas fijas, las hay distraídas o atentas y las hay, muy rara vez, de niña que hubiese encontrado una perla. Pienso que me ha mirado como la primera vez que hubo mundo. Puede que la tele vele la mirada.