Marruecos

«Lo arreglarán nuestros hijos»

Marruecos no es un estado cualquiera y ponerle pie en pared va a requerir de algo más que la imagen de trifulcas parlamentarias vivida ayer

Nos contaba a los periodistas enviados a una cumbre hispano-marroquí en Rabat el desaparecido ministro de exteriores Fernández Ordóñez, un episodio en el que el rey Juan Carlos I le sugería en un distendido encuentro al anterior rey de Marruecos Hasán II poner fin a la eterna piedra en el zapato que los diferendos sobre Ceuta y Melilla acarreaban a la relación entre ambos vecinos. La respuesta del monarca alauí fue especialmente indicativa: «eso hermano Juan lo tendrán que arreglar nuestros hijos». Todo un síntoma premonitorio sobre algo que siempre va a resultar arma arrojadiza por parte del estado marroquí. Pero traída a colación la no tan pequeña anécdota, conviene recordar que hay códigos en relación hispano marroquí que, precisamente por lo controvertido de la misma nunca pueden dejarse al albur del juego político doméstico. Son auténticas cuestiones de Estado como muy bien sabe por cierto nuestro rey emérito, cuya mano resultó ser clave en no pocas ocasiones para desbloquear negociaciones o salvar mutuos malentendidos. No ha habido gobierno de nuestra actual democracia que haya escapado a una crisis de relaciones con el vecino marroquí, esa es una realidad tan palmaria como que los picos de tensión casi siempre han venido a coincidir –salvada alguna excepción– con momentos de debilidad en el ejecutivo español de turno o al menos –recuérdese el caso de Perejil– con situaciones en las que el vecino del sur podría concluir que había suficiente agua en la piscina para lanzar el órdago.

La crisis –no migratoria– abierta en Ceuta coincidiendo con las complicadas relaciones entre ambos estados tras la acogida al líder del Frente Polisario con nada menores cuentas judiciales pendientes Brahim Gali «por razones humanitarias» vuelve a poner de manifiesto el arbitrario control de fronteras como gran instrumento de presión del vecino del sur, contra las que consideran supuestas deslealtades, al menos del socio podemita de nuestro Gobierno a propósito de la postura frente al conflicto saharaui. Nada es casual y el Gobierno lo sabe, sin ir más lejos este pasado año en el seno del ejecutivo se interceptaban contactos de Podemos en la dirección de un posible encuentro del entonces vicepresidente Iglesias con el Frente Polisario. Terreno lleno de charcos para activistas metidos a gobernantes. Marruecos no es un estado cualquiera y ponerle pie en pared va a requerir de algo más que la imagen de trifulcas parlamentarias vivida ayer, sobre la que Rabat con alborozo tomaba buena nota.