Opinión

La pandemia existencial

El suicidio es la mayor causa de muerte no natural en España –en 2018 fallecieron por este motivo 3.539 personas, diez al día–, aunque su visibilidad resulta inexistente para la información pública y la política. Las muertes por suicidio multiplican por setenta las debidas a la violencia contra la mujer, o por más de tres a las víctimas mortales en carretera. Si hubiera una proporcionalidad equivalente a la publicidad y recursos dedicados a luchar contra esas otras dos causas, estaríamos saturados de información al respecto.

La consideración de esa conducta como un demérito social o familiar, y la creencia de que su publicidad genera un efecto imitación, impide desarrollar un ya inaplazable Plan Nacional de Prevención contra el Suicidio. La estrategia de ocultación del problema no está dando respuesta adecuada al hecho de que al año mueran por esta causa cerca de un millón de personas en el mundo y cuatro mil en España, y creciendo. Mientras tanto, seguiremos leyendo titulares de noticias sobre «muertes repentinas junto a las vías del tren».

Es una cuestión que debe tratarse como lo que es: un grave problema de salud pública, y que no solo afecta a los mayores, sino en especial a la franja etaria de 15-59 años, que concentra el 75% de dicha mortalidad. La causa última y real de la gran mayoría de los suicidios es la pérdida del sentido de la existencia, el ignorar por qué, por quién y para qué vivimos. El vacío existencial es así una dramática realidad.