Cataluña

Stolperstein

Así es como llega Aragonès a posar una flor sobre el adoquín de Companys y nos enteramos que allí habían instalado un stolperstein.

Durante la ceremonia de su toma de posesión, Pere Aragonès coloca una flor sobre la piedra que recuerda a Lluis Companys en la puerta del Palau de la Generalitat. El adoquín es un monumento stolperstein, un término alemán que define una piedra que está en el camino para tropezar con ella. En 1990, los alemanes encargaron al artista Gunter Demnig que proyectara un monumento en recuerdo a las víctimas gitanas y judías de los nazis en Colonia y que se amplió a las víctimas del nazismo en general. Demnig pensó en llenar el mundo con adoquines en recuerdo a cada una de ellas, pequeños trozos de memoria con los que uno podía toparse aquí y allá y que recordarían que el hombre tropieza dos veces con la misma piedra. De las stolperstein que hay en España, una de ellas esta de la puerta del Palau de la Generalitat en recuerdo de Lluis Companys, al que técnicamente no represalió el nazismo más que para detenerlo por petición de Franco, pero ahí está su recuerdo.

De modo que Pere Aragonès se está haciendo president de Cataluña en esa cosa de la Generalitat que queda a mitad de camino entre el palacio de Buckingham y la cantina de Lledoners. Retratan el momento decenas de cámaras de televisión. El independentismo se comporta como si viviera en un documental del mañana. Cada día se levantan y se ven a sí mismos desde la distancia grave de un tiempo futuro en el que la historia los juzga como ellos creen que merecen. Hablamos de gente que vive en una película de si misma. El acceso del molt honorable al poder del ceremonial catalán se recrea en travellings, contrapicados y secuencias muy estudiadas. El president entra y sale de estancias por enormes puertas y recorre pasillos de madera y piedra con una calma pretendida como la que envuelve a los paisajes de Austria en los montajes del Concierto de Año Nuevo cuando tocan «El Danubio azul» y en una mañana de bruma, Viena parece de cartón piedra.

Aragonès se hace presente con toda la rotundidad física de la que es capaz. Si hubiera tomado posesión Laura Borrás, con esa estatura y esa pose como de escultura de la isla de Pascua, hubiera parecido que estaban coronando a la reina Hatshepsut. Aragonès en cambio debe esforzarse en mirarlo todo muy fijamente, en abrir los ojos como si fueran dos paelleras y en otorgar a todo movimiento una pausa de más para que nos demos cuenta de que está pasando por allí el president de la Generalitat de Cataluña y no lo confundamos con un motorista.

Así es como llega Aragonès a posar una flor sobre el adoquín de Companys y nos enteramos que allí habían instalado un stolperstein. El tropiezo es una imagen potente que explica la condición humana. La piedra está ahí para tropezar y en el tropiezo debería de existir un sobresalto y también una revelación del peligro a evitar. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces sobre la misma piedra. Fuera, los periódicos ya hablan de la concesión de los indultos a los políticos presos y de conceder a los independentistas en la esperanza de que dejen de serlo. A estas alturas, tropezar dos veces ya me parecen pocas.