Indulto
El traspiés
En Cataluña, difícilmente podrá olvidarse que el partido socialista privilegió a unos catalanes que habían delinquido sobre otros que no lo habían hecho
Hace años, cuando un vástago de familia bien se metía en líos con la ley y terminaba ante un juez, nunca se reconocía en voz alta que había delinquido, sino que se decía «que había tenido un traspiés».
Un error. Un mal paso. Ese ha sido el lugar común que siempre ha usado el nacionalismo en Cataluña para explicar su comportamiento cuando era pillado delinquiendo: sucedió bajo Convergencia y sigue sucediendo bajo Esquerra Republicana, cuya idéntica retórica (repleta de eufemismos de clase bien) delata su origen burgués. Ahora, el partido socialista quiere que aceptemos pulpo como animal de compañía y pretende normalizar el relato de que los sucesos de octubre de 2017 fueron solo un tropezón. Lo necesita para justificarse por privilegiar a los independentistas con indultos imposibles a cambio de que no dejen caer a su gobierno. Esa justificación quieren hacerla cuanto antes, a toda velocidad, con prisas y torpemente; con toda la precipitación propia de hacer mal las cosas. Desbloquear una situación jamás puede hacerse atropelladamente. Eso delata que el objetivo verdadero es que, cuánto antes se haga, antes podrá olvidarse y antes se asegurará el apoyo separatista.
Pero, tal cómo cantaba Paulina Rubio, «nada de esto fue un error» sino un intento de conseguir un poder exclusivo haciendo trampas y vulnerando las leyes democráticas con las que todos nos habíamos dotado. Las mentiras sobre la cifra de heridos por la actuación policial (se catalogaba como «heridos» a simples ataques de ansiedad) y el intento de despojar de sus derechos a los compañeros del parlamento regional que representaban ideologías contrarias hablan por sí mismos.
Si el partido socialista decide ser cómplice en normalizar esos comportamientos anómalos y antidemocráticos dejará de ser el partido que históricamente fue durante el último medio siglo. En Cataluña, difícilmente podrá olvidarse que privilegió a unos catalanes que habían delinquido sobre otros que no lo habían hecho. Eso quedará en la memoria y ahondará la brecha que lleva dividiendo a la región en las últimas dos décadas. Es una ingenuidad (como pasó con el Estatuto hace quince años) simular consensos falsos donde no los hay. Ni siquiera sirve para ello usar eufemismos.
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