Política

Mesas

Los ciudadanos eligen en las urnas a sus representantes y les otorgan un poder temporal. Pero muchos de esos apoderados políticos tienden a olvidar que son temporeros del poder. Porque el poder es embriagador, cegador, delicioso…, y quien lo probó lo sabe. Mientras se posee poder absoluto, absolutamente nadie es capaz de imaginar que algún día lo perderá. Aquí se le llama «el síndrome de la Moncloa». Los hermanos Grimn contaban una historia de esas de antaño, escalofriantes pero educativas, (al contrario de los relatos de hoy, que suelen ser escalofriantes y no enseñar nada).

Había una vez una débil anciana que, al quedarse viuda, fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieta. La señora sufría un gran deterioro debido al luto, y por su edad; cada día que pasaba veía y oía con mayor dificultad. También le temblaban las manos, y por tanto era incapaz de comer sin derramar los alimentos en la mesa, algo que desagradaba profundamente a su hijo y a su nuera, quienes, para poner fin de una vez a aquella repelente situación, le instalaron a la mujer una mesita y una silla viejas junto al armario de las escobas, y le hicieron comer allí sola, para ahorrarse la molestia de tener que verla. La pobre señora se alimentaba en silencio, tragándose las lágrimas mezcladas con la sopa, mientras observaba de reojo a su familia, lejos de ella y dándole la espalda. Las únicas palabras que recibía ocasionalmente de ellos eran regaños y desprecios por manchar o hacer caer al suelo el tenedor…

Cierto día, el padre vio a su hija jugando con sus bloques de madera. Le preguntó qué estaba haciendo, y la niña respondió sonriente: «Estoy construyendo una bonita mesa para mamá y para ti, para que podáis comer en ella, juntos en el rincón, cuando yo sea mayor»… Así ocurre hoy con los poderosos, que acorralan y desechan tanto a quienes les precedieron como a aquellos que les sucederán, sin darse cuenta de que detentan un poder aún más efímero que el del hijo de la anciana del cuento sobre la mesa grande.