Política

En torno al progresismo

«Eso es Sánchez. Pura indefinición. Política veleta según sople el viento»

Hay en el patético episodio de la conversación de Sánchez con Biden algo aparentemente liviano, pero muy clarificador de la ausencia de calado y ambiciones de Moncloa.

Nos hemos divertido mucho poniendo el cronómetro en marcha y observando fotograma a fotograma los 39 segundos de encuentro semi monologal entre el presidente Biden y un Pedro Sánchez que tardó más en enunciar a posteriori los temas que dijo que habían abordado, de lo que se prolongó el encuentro mismo. Una cuadratura del círculo que contribuyó de manera decisiva a que el personal se tomara a chufla lo que sin duda era un encuentro valioso diplomáticamente hablando. De no ser por esa venta tan descaradamente falsa y el aliño previo como si fuera la gran entrevista de la cumbre de la OTAN, si no hubiera caído Moncloa en la tentación de hacer también márketing con la conversación, ésta no sólo hubiera sido considerada relevante, sino aceptada como el comienzo de una nueva buena relación entre los países. Por vender el producto muy por encima de su valor real, se ha diluido éste en medio de un general cachondeo.

Otra cosa es que en el exceso de la venta de lo que no era, se le deslizase a Sánchez algún concepto que define su política y quizá también ayude a entender por qué, siendo un país principal en Europa, seguimos sin ocupar de verdad nuestro papel internacional. Aseguró Sánchez que le había mostrado a Biden su admiración por su agenda progresista. «Progresista», dijo el presidente que un día sí y otro también califica de la misma forma el gobierno que preside y a su aliado en él. Claro, si consideramos progresista a Biden y también a Iglesias –ya fuera de la contienda, pero con mucha china puesta en el zapato de nuestra política exterior– es que hay un ligero desenfoque del término. A mí me parece que Biden y Podemos, por no seguir personalizando en el ausente, no caben de ninguna de las maneras en la misma definición. O es progresista uno o lo es el otro, pero ambos no. Eso, que sería muy sanchista en el sentido más amplio del término, resulta de muy difícil encaje para quien contemple nuestra política, interior y exterior, como algo que ha de trascurrir por caminos de una cierta coherencia. ¿Qué es progresismo para Sánchez? ¿La política de Biden sobre el Sahara? ¿Las propuestas de Podemos sobre su autodeterminación? ¿La estrategia de aislamiento a Cuba y Venezuela? ¿La mano tendida de sus socios de gobierno al dictador Maduro?

No puedes presentarte ante Biden como uno de los suyos si eres el único país que gobierna en Europa con la extrema izquierda.

No sólo por respeto a la idea de progreso y progresismo, en nada acorde con políticas de sustento a dictadura de cualquier clase, sino por pura coherencia política y diplomática.

Pero eso es Sánchez. Pura indefinición. Política veleta según sople el viento. Márketing electoral sin horizonte de Estado ni ambición de futuro más allá de la propia supervivencia.

Nosotros aquí nos divertimos mucho con eso, da para muchas coñas y juegos críticos desde las tertulias. Pero fuera lo ven también. Y algunos se echan las manos a la cabeza o se despiden del presidente sin apenas un gesto de afecto tras haber ejecutado el vals del segundo.