Política

Séquito

Pese a todo, el séquito aplaude, abriga, protege al poderoso

El político en ejercicio siempre va rodeado de un séquito («un conjunto de gente que acompaña a un personaje como muestra de reverencia o adhesión»). ¿No ven que ahora los políticos siempre aparecen circunvalados de un tropel de partidarios afectos, que los envuelven como un halo? Así, el político puede deambular de noche «tarambanado», con ojos de dragón, por barrios canallas, e irá acordonado por sus fieles. Puede hacer declaraciones en las que profiera que «Vivimos a la forma que nosotros vivimos» (¡¿qué, cómo, cuándo, «cuala»…?!), mientras en un gesto de humildad impostada –que le cuesta a dicha autoridad una luxación de lengua–, asegura «agradecer a la sociedad por ‘esa’ esfuerzo» (cielo santo, ábrete ya y deja caer el deletéreo meteorito, o lo que sea). Pero es que, claro, como diría cualquier «portavosa ministérica», no tenemos la «finansación» necesaria para re-escolarizarlos… Pese a todo, el séquito aplaude, abriga, protege al poderoso. Lo hace cuando la política se siente átona, como la sílaba «po» de la palabra «política», como Lilith Vestringe «cheerleader», exhortando (es un decir) ya que «España, mañana, será republicana»… El séquito es una claque, aplaude a rabiar cuando el poderoso macho alfalfa regurgita algo sobre «La feminización de la política, estoy convencida…» (dice Él, para apostillar la incipiente feminización de la política, de la que es un fervoroso, y la dudosa feminización de sí mismo). Y luego añade que «andáramos» todos, y el séquito se despelleja las manos aplaudiendo con antigramatical fervor norcoreano. Aunque lloran más que Rociíto, ahí tienen siempre a su séquito, paño de lagrimal. Cual coro rociero griego cuando prorrumpen un elegante «Buenos días, buenas tardes, a todos y todas», porque la pasión por el lenguaje inclusivo les lleva a meter a los días y a las tardes en el saludo, como si fueran «ellos y ellas», vascos y vascas… ¡Oh, sí! Qué soledad debe sentirse al perder el poder, y por tanto el séquito, ese orfeón de pelotillas ronceros que ríen todos los chistes insulsos, todos los desmanes del poderoso. Como risas enlatadas en las comedias de TV de los años 70.