El desafío independentista

En Cataluña huele a Batasuna

Esto cada vez recuerda más a lo que pasaba en el País Vasco en los peores años. Los CDR plantaron guillotinas ante el Rey en su visita al Mobile World Congress, tras un paseo en el que fueron coreando «Fuego al Borbón», con alguna bandera del histórico grupo terrorista Bandera Negra, el brazo armado del partido separatista Estat Català. También pertenecían a los CDR aquellos que según la Guardia Civil planeaban atentados. Se hacían llamar «Equipo Táctico de Resistencia». Entre los nombres de los que buscaban datos para ser posibles objetivos estaban Pablo Casado, José Manuel Villegas y Manuel Valls.

La protesta nacionalista se desentiende del motivo de la visita y de la misma realidad. Da igual que la presencia del Rey sea para impulsar la economía de una región que se hunde desde 2016. La Casa Real sabe esa circunstancia, y por eso se ha ampliado la agenda catalana de Felipe VI, que en quince días estará cuatro veces en Cataluña.

Los nacionalistas y una parte de la izquierda considera que el error fue el discurso del Rey el 3 de octubre de 2017. Pero no es desde entonces, ni es original lo que hacen estos independentistas. Recuerden la pitada que recibió el Rey Juan Carlos el 4 de febrero de 1981 cuando visitó la Casa de Juntas en Guernica. Los representantes de Herri Batasuna y Laia abuchearon al Rey a pesar de que su viaje tenía la pretensión de apoyar el autogobierno vasco, mientras ETA tenía secuestrado a José María Ryan para exigir la demolición de la central de Lemoniz. Juan Carlos permaneció impasible y dijo que frente a los intolerantes y a quienes no respetan la libertad ni las instituciones, él proclamaba su «fe en la democracia y mi confianza en el pueblo vasco». Esas mismas palabras las podría pronunciar Felipe VI hoy porque el compromiso con la Constitución es igual. No cabe decir lo mismo del PSOE en manos de Sánchez. No solo ha concedido unos indultos indeseados por unos presos que no se arrepienten y que anuncian que repetirán el numerito, sino que ha permitido la creación de una mesa «bilateral». Su punto de partida es que la Constitución está obsoleta para reconocer las «realidades territoriales».

Es un cambio de régimen por la puerta de atrás, puesto en manos de sanchistas e independentistas. Es como en la Segunda República, cuando el Estatuto de autonomía catalán precedió a la Constitución y marcó su desarrollo. Esa mesa «bilateral» no tiene el derecho ni la legitimidad para marcar el ordenamiento territorial, ni el sujeto de la soberanía, ni la distribución de los poderes del Estado. Esta ruptura la acompañan con un mantra: la monarquía está anticuada frente a la república. Es mentira. Se equivocan los que confunden progreso y república. La forma republicana es tan antigua como la monarquía, y su historia no ha deparado menos errores ni vulneraciones de las libertades que las monarquías.

Dejando a un lado tanto la demagogia populista como el idealismo de las formas puras, lo importante de un sistema democrático es que la combinación de sus instituciones confiera libertad a los individuos, garantice la separación de poderes, asegure elecciones libres, competitivas y periódicas para la formación del legislativo y el ejecutivo, y exista opinión pública. Todo esto está asegurado hoy con la monarquía parlamentaria de la Constitución de 1978 en la persona de Felipe VI. Para todo lo demás no hay más que oír y leer a quienes abogan hoy por la república y aplauden a los de las guillotinas, un conjunto de destripaterrones de la política, revanchistas, y mesías del totalitarismo.