Economía
Políticos y economistas
Los economistas que han tenido una influencia muy grande en las decisiones de los políticos lo han logrado creando crisis notables
Una y otra vez nos encontramos con que la economía mundial, y no digamos la de España, se encuentra en un serio momento de peligro. Por ello, para conseguir el soporte necesario para mantenerse en el poder, los políticos tratan de orientar el conjunto de la economía. Desde el siglo XIX, ha surgido un alud de expertos que considera conocer perfectamente de qué modo se pueden resolver los problemas. Pero esta suposición de los expertos no tiene nada que ver con lo que opinan, una y otra vez, los políticos. Ello provoca un choque continuo entre lo que los políticos piden y lo que los economistas aconsejan.
Y de paso, conviene tener en cuenta que los economistas que han acabado teniendo una influencia muy grande en las decisiones de los políticos, lo han logrado creando –multitud de veces– crisis notables, con lo que su papel no ha pasado precisamente a ser fácil. Conviene recordar lo que ocurrió, respecto a estos choques impresionantes entre el mundo de los economistas y el mundo de los políticos, en el caso concreto de Keynes. En su biografía, vemos de qué modo pasa a ser contratado por el Tesoro británico –dejemos aparte su famoso informe sobre la economía de la India–, para servir, adecuadamente, a la buena marcha de la colosal política económica británica de los primeros veinte años del siglo XX. Como consecuencia de la decisión del Presidente Wilson, de la participación en la I Guerra Mundial de los Estados Unidos, tras la que, tanto Alemania como el Imperio Austríaco resultaron las potencias derrotadas, quedaron hundidos multitud de aspectos vitales –por supuesto, también los económicos– de grandísima parte de Europa. Alemania pidió la paz. Por otra parte, apareció una situación que hasta entonces parecía impensable, la de la creación de una economía marxista en lo que fuera el enorme Imperio Ruso. Y en la negociación del Tratado de paz, en Versalles, apareció Keynes, vinculado al Tesoro, como economista asesor de la comisión británica. En los debates, reaccionó ante el gran vencedor, Wilson, señalando que las directrices de los aliados contenían tal cúmulo de errores, que el hundimiento generado por la guerra iba a prolongarse tras la pretendida paz; en definitiva, opinó que Wilson se equivocaba. Los dictámenes de las reuniones parisinas que generaron el Tratado de Versalles fueron realmente ignorados. Se daban cuenta que se trataba de argumentos valiosos; mas, se justificaban para tener aplausos los vencedores. El choque alrededor de la cuestión de las reparaciones fue realmente colosal. Recientemente, Carter ha publicado un estudio sobre Keynes titulado El precio de la paz. Dinero, democracia y la vida de John Maynard Keynes (Planeta, 2021). Si leemos los capítulos 2 (Dinero sangriento), 3 (París y sus desencantos) y 4 (Consecuencias), observamos un choque extraordinario entre lo que sostuvo Keynes y lo que acabaron decidiendo los políticos aliados. Ahora, todos sabemos que quien tenía razón era Keynes, y que el caos derivado de lo soportado por Alemania en el contexto global de la economía generaba hundimientos inmensos, incluso al mundo financiero británico. El papel clave que hasta entonces había tenido Londres lo sustituyó, para siempre, Nueva York. El acierto de Keynes quedó expresado, para siempre, en un libro suyo que generó un enorme impacto en la opinión pública. La difusión de esa obra, Las consecuencias económicas de la paz, fue extraordinaria, aunque realmente no hubo rectificación alguna; pero Keynes sí pasó a convertirse en un economista de primerísima fila para siempre, afianzándose, una vez más, el hecho del enlace de la ciencia económica con el pensamiento intelectual más exigente, a causa de sus vinculaciones con la filosofía. Este enlace lo tenemos habitualmente entre los grandes científicos y, concretamente, los grandes economistas. ¿Es posible entender la figura, por ejemplo, de Stuart Mill, sin darnos cuenta del amparo intelectual que tuvo con el famoso filósofo Comte? Y en el caso de Keynes, ¿es posible entenderlo sin percibir sus pasos iniciales universitarios hacia el mundo de la filosofía y el complemento de su participación en la sociedad secreta de los Apóstoles, y su culminación con lo que para él significó el «Tractatus» de Wittgenstein?
Y respecto a España, el poner orden en lo económico, en el inicio de la Transición, se debió a Fuentes Quintana y su crítica feroz basada, como expuse en mi libro Economía española 1975-2011 (2014), en las fuentes de Milton Friedman, como señaló el 19 de agosto de 2012, certeramente, José Luis Malo de Molina. Y, de paso, no se olvide la base intelectual radical de Fuentes Quintana, unida al pensamiento de la iglesia católica, quizá como consecuencia de los sucedido en su juventud en torno a Carrión de los Condes, su villa natal.
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