Talibanes

Enseñanzas de una derrota

No va a ser el buenismo, sino la firmeza, el método que vamos a tener que emplear si queremos ayudarles y ayudarnos a nosotros mismos cuando amenazas de ese tinte llamen a nuestras puertas

Las fuerzas que defendían los valores de la democracia y de la sociedad abierta y libre han sido derrotadas en Afganistán por quienes están implantando un régimen totalitario y liberticida. Perder una guerra, como acaban de hacer las democracias del mundo, nos debe hacer reflexionar a todos sobre muchas cuestiones. La primera de ellas, que el enemigo número uno de la democracia liberal es la síntesis de radicalismo y odio que representan, no solo yihadistas y talibanes, sino también movimientos populistas y ultranacionalistas, desgraciadamente muy presentes en nuestras sociedades, y que son abiertamente tendentes al totalitarismo y a la anulación de la individualidad, bajo sectarios planteamientos colectivistas de carácter fuertemente autoritario. No hablamos de un enemigo externo, con mayor o capacidad de infiltración, lo que ya es, en sí mismo, un serio riesgo para la seguridad nacional, sino también, y, sobre todo, de un enemigo interno, en forma de ideologías fuertemente radicalizadas, representadas por partidos políticos muy pendientes de su herencia ideológica y política, que suele proceder de la convulsa primera mitad del siglo XX, y, que tienen, lamentablemente, capacidad de integrarse o influir en gobiernos teóricamente democráticos. A quienes abrazamos la democracia liberal como el mejor de los sistemas posibles que la historia nos ha brindado para resolver el problema de la libertad y la convivencia en nuestras sociedades, esta certeza nos debe reafirmar de que los verdaderos adversarios no son los contrincantes de la izquierda o la derecha moderada, sino los partidos radicales que fomentan la ruptura, el frentismo y la polarización.

La segunda reflexión a realizar ante el actual contexto internacional es que el buenismo, una zona ideológica con un gran atractivo, es, sin embargo, una enorme falacia. Que todos queremos la paz y todos tenemos la obligación de ser buenos es algo evidente, pero eso no nos puede llevar a negar, como hacen en la práctica algunas fuerzas políticas, que disponer de una política de defensa y de seguridad y establecer que el Ejército es la primera línea de combate en defensa de nuestra democracia, no una ONG, es una necesidad. Quienes somos conscientes de lo que les espera a los afganos y, sobre todo, a las afganas, tenemos que ser conscientes de que no va a ser el buenismo, sino la firmeza, el método que vamos a tener que emplear si queremos ayudarles y ayudarnos a nosotros mismos cuando amenazas de ese tinte llamen a nuestras puertas.

Se trata de reflexiones necesarias, porque, por muy doloroso que sea decirlo, España también ha perdido esta guerra. Y no sería ni sensato ni responsable que nuestro Gobierno no sacara enseñanzas de esta derrota. La primera que debería extraer Pedro Sánchez, que preside un Gobierno que coaliga a políticos radicales con políticos dispuestos a radicalizarse, es que no puede seguir gobernando junto con un partido que no defiende, ya no plenamente, sino ni siquiera por el forro, la democracia liberal de la que disfrutamos. Por el contrario, Sánchez rehúye el Parlamento, utiliza la crisis como un escaparate propagandístico, mas lo que necesitamos son comportamientos de gran profundidad democrática.