Diada
La Diada del 8-M
En los anales de la actual pandemia en España, la fecha del 8-M de 2020 está escrita con letras de molde. Aquella jornada feminista contra el heteropatriarcado –gran reivindicación de nuestro feminista Gobierno–, que contó con la participación de vicepresidentas y diez ministros y ministras en la cabecera de las manifestaciones en Madrid, se antepuso a la prudencia que exigían las noticias que ya circulaban acerca de la expansión del coronavirus. De hecho, seis días después, el 14-M, aterrizaron forzosamente en la realidad, exigiéndonos el primer confinamiento domiciliario en un siglo, regulado por cierto mediante un instrumento jurídico inadecuado –el estado de alarma–, después declarado inconstitucional por el TC.
Entonces el interés político gubernamental se antepuso al interés general, y ahora parece repetirse la experiencia en Cataluña. La celebración separatista de la Diada el 11 de septiembre ha llevado a que la Generalitat haya decretado levantar a partir de mañana todas las restricciones en vigor, salvo el ocio nocturno.
Está claro que esa medida resulta ofensiva para la razón y el bien común cuando menos de la mitad de ciudadanos catalanes no separatistas y para la gran mayoría que no está por la labor de la manifestación, y a la que quieren facilitar su asistencia.
O los separatistas están inmunizados por un gen natural contra el coronavirus, que a su vez impide su contagio al resto de la población por ser la Diada, o esta medida debe tener su respuesta en los tribunales caso de provocar un rebrote.
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