Atentados del 11-S

20 años del 11-S: defender las libertades es caro e impopular

Las democracias no han aprendido la lección: desplegar contingentes sobre el terreno tiene unas consecuencias inasumibles, porque las sociedades se cansan y prefieren la confortable posición del aislacionismo

Cada año recordamos el 11-S. El brutal ataque de Al-Qaeda, con la icónica destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York, está en el recuerdo de todos los que lo vivimos. Nos quedamos petrificados ante el televisor o escuchando la radio. Luego pudimos seguir el desarrollo de una operación bien organizada que lanzó un ataque demoledor contra el corazón de la primera potencia mundial. Desde la caída del Muro de Berlín, la descomposición de la URSS y el fin de los Países del Este, parecía que el equilibrio del poder mundial giraba alrededor de la «pax estadounidense» y que las democracias habían triunfado sobre las dictaduras. El comunismo había sido derrotado. En esto no hay ninguna duda, aunque se haya reciclado y adopte otros nombres. No hay que olvidar que sigue gozando de aceptación entre sectores de la izquierda, periodistas e intelectuales. La excusa es que se aplicó mal, pero que las ideas son buenas. No lo deben ser porque en ningún lugar ha conseguido ser algo más que una brutal y criminal dictadura.

En el terreno del equilibrio político internacional, la realidad ha sido muy distinta a lo que muchos se apresuraron a aventurar tras la derrota de la URSS. Tras un periodo de conflictos localizados, los problemas en Oriente Medio y el inquietante crecimiento de China hasta convertirse actualmente en la gran potencia mundial, llegaron los brutales ataques de Al Qaeda que mostraron que ninguna democracia está a salvo de los terroristas yihadistas. El 11-S tuvo un gran impacto en muchos campos, además del político, como fue en la cultura, la sociedad o la economía. Las victorias que lograron Estados Unidos y sus aliados fueron efímeras, porque finalmente se perdió la guerra. La humillante retirada de Afganistán confirma la decadencia estadounidense, algo que le ha sucedido a todos los imperios, y las debilidades de las ricas sociedades occidentales. En ese terreno, estos veinte años no han servido para nada. Las democracias no han aprendido que defender las libertades es muy caro e, incluso, impopular cuando comporta la pérdida de vidas humanas y recursos económicos. Lo cómodo son los ataques con drones o los bombardeos. En cambio, desplegar contingentes sobre el terreno tiene unas consecuencias inasumibles, porque las sociedades se cansan y prefieren la confortable posición del aislacionismo. Es lo que sucede con Estados Unidos.