Religion

El representante del diablo en la tierra

El diario Página 12 desvelaba la colaboración del Papa con las Juntas Militares

Cuando en marzo de 2013 la fumata blanca nos trajo por primera vez en la historia un Papa iberoamericano y jesuita, los españoles dimos un brinco de alegría. Jorge Bergoglio no era uno de los nuestros pero casi: Argentina y España son patrias hermanas y la Compañía de Jesús la fundó Ignacio de Loyola hace 500 años. Un dos en uno al que había que sumar el atractivo que suponía meter en la Casa de Pedro a un personaje que aterrizaba con aparentes aires modernizadores en una institución anquilosada, con terribles prejuicios sobre los gays y encubridora de una pederastia que se había propagado cual implacable carcoma. Sus primeros gestos abrieron una puerta a la esperanza: prometió depurar responsabilidades sobre los abusos, pidió perdón y acabó con la cultura del encubrimiento de los curas menoreros y, además de todo eso, que no es poco, mitigó la tradición homofóbica de la Iglesia. Claro que al poco de su proclamación, la prensa argentina empezó a escudriñar su baúl de los recuerdos. El diario Página 12, especializado en periodismo de investigación, publicó un prolijo reportaje que desvelaba la colaboración del Papa Francisco con las Juntas Militares que sembraron el terror de 1976 a 1983. Concretamente, aseguraba que Bergoglio había delatado a varios civiles y compañeros de Congregación, que terminaron en esa Escuela Mecánica de la Armada (Esma) que degeneró en fábrica de desaparecidos. Más incontrovertibles aún resultan esas imágenes en las que se contempla al entonces provincial de los jesuitas en Buenos Aires dando de comulgar a Videla, presidente de la nación y responsable de los más variopintos crímenes contra la humanidad. Los que pensábamos que cualquier tiempo pasado fue peor certificamos que nos habíamos equivocado cuando Francisco, siendo ya Pontífice, cuasijustificó la matanza yihadista perpetrada en la redacción de Charlie Hebdo. «No se puede insultar la fe de los demás», comenzó para proseguir con una alegoría vomitiva, «si un gran amigo dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal!». Igualmente desafortunado estuvo a la hora de valorar la presencia de la mujer en la vida pública: «Son naturalmente ineptas para ejercer cargos políticos». No menos repugnancia provocan sus loas al autócrata mexicano López Obrador, al que llama «verdadero católico y defensor de los pobres»; su equidistancia entre el narcodictador Maduro y la oposición democrática; sus silencios con la Cuba castrista; su amparo a los obispos independentistas catalanes; su equiparación entre golpistas y Gobierno de España; su patológico odio a nuestro país, «si voy a Santiago [de Compostela], voy a Santiago, pero no a España, que quede claro»; su comprensión hacia los religiosos proetarras; y su anuencia a la expulsión de periodistas constitucionalistas de Trece TV. La última es la que faltaba: ese acto de contrición que planteó el martes «por los pecados cometidos» en la conquista de América olvidando que incas, aztecas y demás civilizaciones precolombinas sacrificaban niños y mujeres a gogó, violaban sistemáticamente menores y mataban como si no hubiera un mañana. Tampoco ha dicho esta boca es mía por las infinitamente mayores vulneraciones de derechos humanos en las colonizaciones francesas, inglesas, holandesas o belgas. Y tampoco reparó en el nada baladí hecho de que los españoles fundaron decenas de universidades y miles de escuelas en América, se dedicaron a alfabetizar compulsivamente a una población barbarizada e introdujeron cierta modernidad. Las cosas de un Papa comunista que se nos antoja más el representante del diablo en la tierra que el embajador de Dios Todopoderoso. Amén.