Funcionarios

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Lo que los Cuerpos funcionariales de la Administración del Estado temen, hace tiempo que se viene intentando en la Judicatura

Este verano dediqué una tribuna a la obsesión de la izquierda por la selección de los jueces. Intenté resumir la historia de esa patología porque en los últimos tiempos la izquierda ahora gobernante ha vuelto recaer. El recelo hacia los jueces en general y su obsesión por nuestra selección suele aflorar cuando se topa con la Justicia y sale malparada, algo cada vez más frecuente. Y aludí a dos ideas típicas de sus obsesiones: que se nos selecciona a base de memorismo –las oposiciones– y que opositan los hijos de familias adineradas. Conclusión: que sólo los burgueses memoriones se meten a juez, por eso la izquierda tiene problemas judiciales.

Pero lo que era un ataque que venimos padeciendo en soledad los jueces durante décadas, parece que empieza a socializarse y el cuestionamiento del sistema de oposiciones se extiende a relevantes Cuerpos funcionariales de la Administración del Estado. Que ven las orejas al lobo lo muestra la reacción de las asociaciones de los Cuerpos Superiores de Abogados del Estado, Diplomáticos, Inspectores de Hacienda del Estado, Interventores y Auditores del Estado, y Técnicos Comerciales y Economistas del Estado. Han enviado una carta al Ministerio de Hacienda y Función Pública y a los distintos ministerios de los que dependen mostrando su inquietud ante posibles cambios en el sistema de oposiciones.

Por lo pronto quieren participar en las reformas que se estén pergeñando y evitar «modificaciones radicales». Frente al cuestionamiento de las oposiciones, defienden «el esfuerzo, la memoria y el conocimiento» que supone opositar, un sistema que goza de «amplia aceptación y legitimación social», y garantiza los principios de «igualdad, mérito y capacidad»; además, lejos de acometerse una reforma generalizada, abogan por hacerlo según las peculiaridades de cada cuerpo funcionarial.

Al margen del sistema en sí, alertan del peligro de rebajar las exigencias formativas para el acceso a la función pública y frente al pretexto de que el proceso selectivo mediante oposiciones tarda mucho tiempo, razonan que el tiempo que dura cada convocatoria no depende tanto del número de temas como del desequilibrio entre las plazas ofertadas y el número de opositores que se presentan. Y frente al otro pretexto –opositan los hijos de familias adineradas– plantean el establecimiento de un sistema de becas y de créditos blandos. En fin, hacen más sugerencias –todas muy interesantes– que no tengo tiempo ni espacio para desarrollar.

Tras leer su carta lo primero que me vino a la cabeza fue darles la bienvenida: bienvenidos todos esos altos Cuerpos al club de los hostigados. Lo que ellos temen, hace tiempo que se viene intentando en la Judicatura, lo hemos sufrido, y seguimos sufriendo, defendiéndonos en soledad. Pero esos Cuerpos tienen una gran baza a su favor: si el gobernante tiene algo de inteligencia, aunque sea de la izquierda populista, captará que le conviene atenderles o, como mínimo, dejarles en paz, que no es poco. La razón es obvia. Al político le interesa que la Administración que dirige cuente con funcionarios muy cualificados, en cambio los jueces no somos Administración sino un poder independiente, no le somos útiles, pero le damos disgustos y le generamos desconfianza. Sí le conviene una Judicatura de calidad al ciudadano, pero a ese, que le zurzan.

Con todo el mayor peligro para una selección neutral, basada en el mérito y capacidad, ya se trate de opositar a juez o a esos «cuerpos de élite» de la Administración, no viene tanto de las apetencias políticas del gobernante como de otros «signos de los tiempos»: la mediocridad y su hija, la envidia, la política de facilitación y todo de la mano de los frutos del sistema educativo. Si las oposiciones acaban sucumbiendo será porque de las universidades salen quienes ya desde el colegio no les educaron en el estudio duro y exigente.

Y como pista de por dónde se va basta constatar que el ministro que planteó el cambio en el sistema de selección funcionarial no acabó la Carrera, que gobierna un «doctor cum fraude» o que el bagaje profesional y formativo de no pocos ministros y parlamentarios es un erial. Esperar aprecio por el esfuerzo, el estudio y la excelencia quizás sea esperar demasiado; quizás no conciben otro modelo que el de su propia mediocridad.

José Luis Requero, es magistrado