Opinión

500 años de la conversión de San Ignacio

«El papa ha canonizado a un santo y a cuatro españoles». Así se cuenta habrían reaccionado los romanos ante la constelación de santos proclamados por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622. No eran para menos esos «celillos» pues se trataba de Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Isidro Labrador y San Felipe Neri.

Este año celebramos el 500° aniversario de la conversión de Ignacio de Loyola, uno de los grandes santos de la Iglesia. Nació en 1491 en el castillo de Loyola, junto a Azpeitia. Luchó contra los franceses, pero su carrera militar terminó el 20 de mayo de 1521, cuando una bombarda le fracturó la pierna en la defensa del sitio de Pamplona. Llevado al castillo familiar se distrajo de su convalecencia leyendo libros piadosos sobre la vida de Cristo y los santos. Con ellos comenzó a acariciar un sueño mayor: seguir a Jesús a ejemplo de los santos. «Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron».

Él mismo establece ese momento como el de su conversión, y en la capilla donde se conmemora (su antigua habitación), se lee: «Aquí se entregó a Dios Íñigo de Loyola». Pronto se le agregan compañeros y juntos deciden formar la Compañía de Jesús, aprobada en 1540. Muere en Roma en 1556 y canonizado trece años después como hemos recordado.

En su vida no faltaron las acusaciones infundadas y la prisión, considerados por Ignacio como pruebas de Dios para purificarle y santificarle.

A S. Ignacio debemos los Ejercicios Espirituales, obra maestra de la ciencia del discernimiento, un método eficaz de acercamiento a Dios, que sigue dando muchos frutos.

La expulsión de los jesuitas por la monarquía católica de España en el siglo XVIII, ordenada por Carlos III y otros monarcas europeos del momento, marca su historia estrechamente ligada a la de la Iglesia, que se fractura temporalmente cuando el Papa Clemente XIV acordó su disolución.

Los jesuitas, los hijos de S. Ignacio –junto a las de Sta. Teresa– fueron la vanguardia espiritual de la Contrarreforma contra el cisma protestante. La Compañía de Jesús ha dado mucha gloria a Dios desde su fundación, pero «corruptio optima, pessimi», y Juan Pablo II se vio obligado a intervenirla nuevamente en 1981 alegando también «lo mucho que habían hecho sufrir a su antecesor Pablo VI».

Hoy al frente de la Iglesia está Francisco, el primer Papa hijo de S. Ignacio; así, el «Papa negro» –el General de la Compañía– es de facto también el Papa «blanco», el Papa de Roma.