Sucesos

Testimonio extraordinario

El trágico accidente sucedido esta semana a la salida de un colegio de Madrid, está siendo –dentro del lógico dolor–, un testimonio de humanidad en una sociedad cada vez más insensibilizada y necesitada de ejemplos como el ofrecido a consecuencia de la tragedia por las familias directamente afectadas y por todo el centro escolar. El jueves por la tarde, una madre –antigua alumna del colegio– recogía a sus hijas a la salida de las clases. Una vez dentro del vehículo con ellas, un error con el cambio de marchas automático hizo avanzar al vehículo, en lugar de retroceder como la maniobra requería, arrollando a otras alumnas, a consecuencia de lo cual fallecía la pequeña María, de seis años de edad, y otras dos resultaban heridas de diversa consideración.

La reacción de la madre de la niña fallecida, testigo presencial y amiga de la conductora, supera cuanto imaginarse pueda, si no se tienen en cuenta unos valores y una fuerza que exceden de los que se derivan de una visión meramente humanista y naturalista de la vida. Tras abrazar a su pequeña en el suelo durante sus últimos instantes, se levantó para abrazar a su amiga, desesperada de dolor ante lo sucedido, y que le suplicaba perdón. Al día siguiente, su marido y padre de la niña fallecida, escribió una carta pública en agradecimiento a los miles de mensajes y llamadas recibidas de tantas familias del colegio que les han expresado su cariño en estos momentos, y mostrando su cercanía con las familias de las otras dos niñas heridas, y muy especialmente con la conductora.

El gesto de la madre, esta carta y otras relacionadas, son algo que no se improvisa, ni son una insólita reacción atribuible a la emoción del momento tras un hecho tan extraordinario como doloroso. Todo esto merece ser meditado para intentar entender el porqué de una respuesta tan alejada de los «estándares» de nuestra actual sociedad secularizada. Sin duda, la explicación está en los valores de la fe en quien por amor murió por toda la humanidad; principios éticos y morales no sometidos a relativistas coyunturas políticas cambiantes, que crean y descrean a su conveniencia nuevos derechos presuntamente humanos.

En el somero relato de lo sucedido puede llamar la atención que todas las protagonistas del suceso sean mujeres y niñas. Están en lo cierto: el colegio es de esos que según el actual Gobierno y sus aliados, «segregan» por sexo a los alumnos, con padres machistas y reaccionarios que parece ser desean una educación retrógrada para ellos. Efectivamente, es educación «diferenciada» por sexos, pero fundamentada en unos comunes valores como los revelados en esa tragedia.