Opinión
«Vergüenza ajena»
Eso afirmó anteayer el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el debate celebrado en el Congreso para someterse al preceptivo control como procede en una democracia parlamentaria, tras tres meses de ausencia en la Cámara. Lo significativo, anómalo y grave es que el TC haya declarado inconstitucionales los dos estados de alarma, entre otras razones por haber impedido precisamente esa inexcusable labor de control, y que restablecida la normalidad a esos efectos, Sánchez se ausente una semana sí y otra también, y no suceda nada. Eso sí da «vergüenza ajena».
A cuenta de la situación económica y su eventual recuperación, el debate que mantuvo con Casado estuvo trufado de todo tipo de insultos y descalificaciones mutuas, que dejaron poco margen para añadir al diccionario más sinónimos y derivados. De la pléyade de improperios, resaltan dos que Sánchez le dirigió a Casado: le llamó «mentiroso» y le acusó de «hablar mal de España en el exterior», provocándole «vergüenza ajena».
Sobre lo primero, parece un excesivo atrevimiento por su parte reprochar conscientemente a su oponente el faltar a la verdad, a la vista de su hoja de servicios plagada de promesas asumidas con toda solemnidad ante los españoles y después incumplidas.
Pero el segundo reproche no es menos sorprendente en su boca. Afirmar que Casado le inspira «vergüenza ajena» por «lo mal que habla de España» allende nuestras fronteras, merece un comentario adicional, por dos razones. Una es por la tendencia al absolutismo –«España soy yo»–, que refleja su inclinación a identificar las críticas vertidas contra él con las criticas contra España, nada menos. Sabemos que esto es norma habitual en los regímenes personalistas y autoritarios, pero no en los democráticos y parlamentarios. Por si ello fuera poco, esa «vergüenza» la atribuye a «hablar mal de España», lo que implica dañar nuestra imagen y reputación en el exterior.
En este caso, Sánchez debería mirarse al espejo y, por una vez, reconocer su culpa y rectificar, admitiendo que no tiene vergüenza «ajena», sino «propia». Lo que daña nuestra reputación e imagen es gobernar con el apoyo de fuerzas políticas como los comunistas, los secesionistas insolidarios y nacionalistas exacerbados y los avalistas políticos de terroristas. Eso es lo que debería avergonzar a Sánchez, además de haberlo hecho engañando a los españoles, a los que prometió siete veces si era necesario que no pactaría con Bildu, y ahora lo hace para gobernar con ellos en Navarra y en España.
Visto lo visto en el debate, queda claro que la verdad y la mentira no existen para algunos… salvo para llamar mentirosos a los demás. Lo dicho: vergüenza ajena y vergüenza propia.
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