Opinión

«Envidia sana de Madrid…»

La tradicional visión de España con dos grandes capitales buscando semejanzas con Italia, donde Roma es la capital política indiscutible y Milán la económica, trasplantadas en Madrid y Barcelona respectivamente, se está diluyendo a pasos agigantados. La percepción social del auge de la capital madrileña sobre la catalana se ve confirmada por los datos de crecimiento económico, empleo e inversión, con buenos servicios públicos, además de una presión fiscal sensiblemente inferior.

La evidente macrocefalia de ambas urbes hace que se extrapolen esos efectos a nivel regional, tanto en Cataluña como en Madrid, dibujando un escenario de retroceso y estancamiento en una frente al auge y dinamismo de la otra.

Hace unos días Gerard Piqué, un icono del barcelonismo futbolístico y del catalanismo político, lanzó desde su actual dimensión empresarial un nítido y demoledor mensaje: «Tengo envidia sana de Madrid… es un ejemplo para toda Europa y el mundo». Pero no se quedo ahí y añadió que «le gustaría que Barcelona estuviese a ese nivel». Estas declaraciones hubieran sido inimaginables no mucho tiempo atrás en boca de Piqué y de cualquier otro portavoz con una mínima credibilidad.

La cuestión respecto a qué se debe esta situación no tiene difícil respuesta, vistos los estragos que el Procés ha provocado en la convivencia y reputación de Cataluña, pero también en la del resto de España, la UE y el mundo. La confianza –como la inocencia– una vez perdida es muy difícil de recuperar, tanto a nivel personal como comunitario, y la inseguridad jurídica que, entre otras consecuencias, produjo esa desgraciada aventura la están pagando todos los ciudadanos catalanes. Tanto la mitad de la población que lo apoyó, como la otra –que, al parecer, no está legitimada para hablar del futuro de Cataluña–, están siendo las damnificadas.

Un informe de la London School of Economics ha diseccionado esta realidad y ha concluido que «la identidad madrileña se ha revalorizado y en su esencia es abierta y pluralista»; mientras Cataluña presenta «una Comunidad fragmentada». No es ninguna sorpresa el declive de Barcelona, «Cap i casal de Catalunya», pasando de aquella gran ciudad cosmopolita, abierta, acogedora, dinámica y creativa, a la actual gobernada por una coalición de podemitas y socialistas con Colau al frente, ensimismada en el bucle melancólico procesista. Las comparaciones son odiosas pero contraponer el tándem Ayuso-Almeida, con el de Aragonès-Colau lo compendia todo.

Durante la Transición, las manifestaciones en Cataluña iban encabezadas por pancartas sostenidas unitariamente afirmando que «Catalán es todo el que vive y trabaja en Cataluña» y pidiendo «libertad, amnistía y Estatut de autonomía». Hoy piden amnistía y autodeterminación. Pero solo para los suyos, claro. Y así estamos.