Política

Desprecian mi voto

Bajo el paraguas de la legitimidad que otorga el Parlamento, los partidos mayoritarios perpetúan su influencia en otros territorios de poder colocando peones cercanos o directamente propios

Gelo se levanta pronto. Se jubiló del camión hace menos de un año, cansado de rutas, soledades y penurias, y ahora sus rutas son las que se marca a caballo con algunos amigos de allí o la pareja de Brañas, su soledad es trabajada y la disfruta, y la única penuria es la que le procura la labor de ganadero que ha recuperado. Pero esa es sarna con gusto, que pica menos.

Madruga para atender sus animales. Lo primero que hace cuando abre el ojo es poner la radio, reflejo de los muchos años en carretera arropado por la compañía de la voz metálica que llenaba su cabina. La radio es la medicina que alivia la soledad de los camioneros. Ahora ya no la enciende como bálsamo, pero se hizo a ella, y todavía le marca las horas.

Le cuentan de buena mañana que sus compañeros le plantan al gobierno una huelga o un paro patronal porque además de subirles el combustible, apretar con más impuestos o no cumplir lo acordado sobre horarios y descargas, les van a pegar la viñeta que reclama Europa para regular el transporte y controlar las emisiones. Vamos, un peaje, un fielato permanente de paso obligado, carga sobre la que ya soportan tan intensa que algunos tienen que cerrar o conformarse con trabajar a coste esperando tiempos mejores. Se quejan los transportistas de que el gobierno no se molesta en pedirles opinión y mucho menos receta. Ya veras, piensa Gelo, lo que tardan en salir a decir que cuándo nos vemos. Segundos, sólo unos segundos después, la radio emite las palabras de la ministra expresando su comprensión y hasta solidaridad con un sector tan castigado y principal y que hay que ponerse a hablar para solucionar el problema. Años esperando, y tienen que salir a amenazar la Navidad para que les pongan en agenda. En la radio que ahora enciende en la cocina, un comentarista trata de hacer entender al personal de que votar contra la conciencia de uno es una concesión inevitable a la organización política partidaria, y que si no existiera ese mecanismo disciplinario que somete el criterio propio a la estrategia de partido, gobernar sería imposible. La ministra de Justicia ha dicho, por lo oído, que la renovación del Tribunal Constitucional es una cuestión de Estado que desatasca el funcionamiento del Poder Judicial, y que votar a los nombres propuestos era una exigencia poco menos que democrática. Gelo vuelve a sonreírse. Qué cuajo tienen estos políticos, qué vida tan alejada de la realidad, o al menos de la realidad que él y los que son como él viven, conocen y también padecen. En su mundo real, cuando hay un problema se afronta y se intenta solucionar hasta que deja de serlo o lo das por imposible. Es una mala práctica esperar a hacerlo sólo cuando está a punto de devorarte o crece hasta impedirte salir adelante. Se ve que en los salones de gobierno es otra cosa. Están tan liados que hasta que no les gritas no responden. Supone Gelo que fruto de la misma lejanía de la realidad es lo de los apaños en los nombramientos públicos explicados como necesidades democráticas. Bajo el paraguas de la legitimidad que otorga el Parlamento, los partidos mayoritarios perpetúan su influencia en otros territorios de poder colocando proporcionalmente peones cercanos o directamente propios. La práctica es tan habitual, que han perdido el pudor del disimulo y hacen el reparto sin importarles desnudar su desvergüenza. Yo pongo los míos, tú pones los tuyos, y ninguno cuestiona al de enfrente. Tan es así, que terminan dando por válidos –idóneo se atreven a decir– a candidatos de cuya valía dudan seriamente. Hasta los que venían a cambiar el sistema aceptan ser sus ejecutores en la ceremonia fake del juego institucional. Poder obliga. Supervivencia exige. A todos. Solo un puñado tiene la valentía de oponerse y únicamente uno –el socialista Elorza, curtido en la batalla municipal y el plantarse en jarras ante ETA– lo dice alto y claro.

Mientras empieza a sentir el gratísimo olor que bulle cafetera arriba, Gelo piensa que si son capaces de anteponer la estrategia y el criterio de su formación a su propia conciencia, qué no harán si el conflicto se da entre sus votantes y el partido. Entre susto o muerte, elegirán susto, porque salirse del carril partidario es su fin político y después de todo, el voto fue a un partido y su líder, no a un oscuro parlamentario de provincias. Y ahí está de nuevo esa pérdida de realidad de los políticos, o esa insana prevalencia del interés propio. Porque votar a un partido es, desde luego, hacerlo por su estrategia y sus promesas, al menos mientras no cambie la ley electoral y este sea el sistema, pero ese certificado democrático conlleva una exigencia de coherencia, de honestidad pública y personal a la hora de gestionar la confianza. No vale todo. Es una burla, piensa Gelo, un bochorno, que uno se ampare en el voto prestado para renunciar a los propios principios. Porque ese es al final el único patrimonio que tenemos todos. Sobre todo quienes nos representan. Perderlo es despreciar mi voto.