Opinión

Posthumanos: la tentación del «Homo deus»

Estos tiempos que vivimos desde que comenzó la pandemia, han hecho brotar y rebrotar todo tipo de teorías y profecías alimentadas por una sucesión de calamidades que parecen no tener fin. También han impulsado ideologías preexistentes que pretenden hacer inmune al hombre, transformándolo en un superhombre.

El transhumanismo y el posthumanismo se encuentran a la cabeza de las que persiguen y prometen una inmortalidad cibernética y una inteligencia robótica para un hombre hibridado en una máquina. Es una cosmovisión radicalmente opuesta a la cristiana, con un Dios que es Amor y que, al crearlo a su imagen y semejanza, convierte al corazón en su órgano vital. Frente a esa cosmovisión, está esa otra en la que la inteligencia y el cerebro son lo más valioso de la persona. Lo cierto es que el plan de Dios para la humanidad está «muy bien diseñado», como sostiene el abogado urbanista y experto en transhumanismo, Albert Cortina.

Este proyecto divino se contrapone a la gnosis evolucionista que pretende convertir a la persona humana en seres posthumanos dotados de toda suerte de dones preternaturales que potencian sus capacidades mas allá de los límites de su naturaleza.

Es la eterna tentación de querer ser «otros dioses» no sometidos a su actual «natura lesa», naturaleza caída y herida por haber sucumbido a ese embaucamiento. Cortina nos advierte de la tentación de dejarnos seducir por esas avanzadas tecnologías que no van a favor del ser humano, sino en busca del ser posthumano sometido a ellas. Otra cosa, obviamente, es la tecnología que elimina, restringe o repara deficiencias o patologías propias de nuestra condición, y que así mejoran una calidad de vida perdida por una enfermedad o un accidente y que –éstas sí– van a favor del hombre.

Todas las ideologías, desde el nazismo al comunismo maoísta, que han pretendido construir «superhombres» sin referencia alguna a un dios inexistente para ellas, han tenido el mismo final, que es el ya conocido: se han desmoronado estrepitosamente como gigantes con pies de barro, dejando un rastro de desolación tras de sí. Frente al señuelo de una inmortalidad cibernética, la cosmovisión cristiana depara una vida eterna con el alma inmortal en un cuerpo resucitado con una «natura ya no lesa», sino dotada de cuantos dones preternaturales, naturales y sobrenaturales gozaba antes de sucumbir a la tentación del «Homo deus».

Es el plan divino de la «restitución» a una condición natural perdida temporalmente, pero no anulada por su Creador, que desea que –como hijos suyos– se hagan acreedores de ella, reconquistándola con su inteligencia y su voluntad puestas a la consecución de ese fin.