Opinión

La Guadalupana, Reina y Emperatriz

Hoy conmemoramos un hecho que marcó un antes y un después tanto en la historia de la conquista evangelizadora de América por la monarquía católica de España, como de la misma Historia Universal. El 12 de diciembre de 1531, hace hoy 490 años, se producía un milagro patente en la tilma del indígena hoy san Juan Diego, ante el obispo español Juan de Zumárraga. Estaba éste reunido con varios de sus colaboradores en su residencia episcopal para conocer el signo que le había pedido aportar a Juan Diego para creer en quien afirmaba se le había aparecido tres días antes en el cerro del Tepeyac a las afueras de Tenochtitlan, posterior Ciudad de México, capital del Virreinato de la Nueva España. Al desabrochar su sencilla tilma para mostrar las rosas –florecidas en invierno– que la aparición le había mandado recoger como prueba requerida por el obispo, se produjo en la tela la instantánea impresión de la imagen de la Virgen tal y como hoy es universalmente conocida.

Los hechos vinculados con esa extraordinaria manifestación, que resultan inexplicables para la ciencia, son numerosos y evidentes. El tejido de la tilma debería haberse descompuesto hace más de cuatro siglos y permanece inalterado, incluso tras sufrir un atentado con dinamita en 1921. No existen en la tierra colorantes o pigmentos conocidos de carácter vegetal, animal o sintético como los utilizados para «pintar» la imagen. Incluso estudios recientes evidencian que las estrellas que pueblan el manto de la Virgen reproducen en su disposición exactamente la imagen astronómica del cielo a la hora en que se produjo la impresión. Pero no acaban ahí los misterios: uno de los últimos conocidos afecta a los ojos, que además de tener las características oftalmológicas de unos ojos vivos, reproducen en su retina –siguiendo las leyes de la óptica hoy conocidas– la imagen de las doce personas que fueron testigos junto al obispo de aquella escena en la fecha del 12 de diciembre.

Pero no menos relevante serán las consecuencias derivadas de la aparición. La evangelización se multiplicó exponencialmente en los años sucesivos, mediante el mestizaje de los españoles y los indígenas, cuando había sido muy dificultosa en los diez años anteriores desde la caída de Tenochtitlan en 1521 a manos de Hernán Cortes y de todas las tribus sometidas por los aztecas, que se unieron a él como un auténtico libertador. Se calcula que a partir de ese momento, en un periodo similar de años, fueron bautizados 9 millones de almas, tantos como se habían perdido para la antigua Cristiandad por el cisma luterano de 1517. Con mérito, la Guadalupana es la Reina de México y la Emperatriz de América.