Navidad

Celebrar la Navidad

En Belén la noche oscura se hace día radiante y la fragilidad de un Niño recién nacido en la más radical pobreza de un establo se convierte en fuerza de todos los débiles y esperanza para todos

Vamos a celebrar la Navidad. Y seguramente a no pocos de hoy se les podría aplicar aquello que he podido leer en una página literaria: en ella se dice que cada uno va a lo suyo, despistados, distraídos, en el fondo les da lo mismo lo que vamos a celebrar.

Por eso ante la Navidad surgen no pocas preguntas. ¿Qué celebramos en estas entrañables fiestas? ¿Qué es la Navidad? Sencillamente: Dios con nosotros. Dios, el Hijo de Dios que se ha hecho carne y viene a nosotros en la gruta de Belén, como el más pobre entre los pobres. Dios que nos ama, Dios que se despoja de todo para enriquecernos con su pobreza; Dios que se rebaja de su rango con la grandeza de su amor; Dios que se hace pobre y muestra su amor misericordioso con predilección por los pobres; Dios que se hace una frágil criatura recién nacida, en un establo porque no había posada para aquella familia: María, su Madre, José, y Él mismo.

En Belén la noche oscura se hace día radiante y la fragilidad de un Niño recién nacido en la más radical pobreza de un establo se convierte en fuerza de todos los débiles y esperanza para todos los hombres y todos los pueblos. Allí ha descendido Dios de aquella Altura a la que el hombre no alcanza para que pudiesen llegar a Él los pobres y proscritos pastores, los sencillos buscadores de la verdad y la luz, los pequeños publicanos y pecadores como Zaqueo o la Magdalena. Causa estremecimiento contemplar esta condescendencia extrema de Dios por el hombre, el anonadamiento de la gloria del cielo que nadie puede abarcar, así, tan a ras de suelo. Ahí nos muestra la grandeza del hombre que es querido para siempre de manera irrevocable, Dios con el hombre, el hombre con Dios. Ahí está el futuro, ahí se abre la esperanza, la alegría, el amor que nadie nos puede arrebatar.

Esto es la Navidad. ¡Qué maravilla! ¡Qué obras tan grandes hace Dios! Ahí está su pasión, su misericordia, la salvación. ¿Cómo no vivir en la alegría cuando se abre un horizonte tan grande para la humanidad entera? Esto sí que cambia el mundo: es el cambio social y humano que necesitamos, la revolución que necesitamos, la revolución del amor, la revolución de Dios, el nacimiento de una humanidad nueva, el cambio verdadero no el que viene por el poder, las estrategias humanas conforme a nuestros criterios tan limitados. Necesitamos que nazca una humanidad nueva, donde esté presente el amor, la misericordia, la fraternidad, la paz, donde esté Dios, que es amor y misericordia.

La Navidad, de suyo, debería traernos al espíritu todos nuestros sufrimientos de manera que, sin abandonar la esperanza, nos cuestionásemos honradamente nuestra respuesta de fe cristiana que busca luz ante la situación que estamos viviendo.

A pesar de todo lo que desfigura la Navidad, los grandes gastos de consumo, los despilfarros sin base ni sentido, convencionales frases humanitarias que suenan a hueco en un mundo tan deshumanizado, o los burgueses y estrechos sentimentalismos, la Navidad nos invita a que la acojamos para vivirla. Detrás de la exterioridad de las fiestas navideñas, se esconde la verdad silenciosa de que Dios sale al encuentro del hombre.

No es otra la clave de la Navidad, ni otra la sustancia y raíz de lo que celebramos que la encarnación de Dios, el origen de esta condescendencia tan extraña del amor apasionado y sin reserva en favor de criatura con no poca frecuencia, Dios, no por necesidad ni por un impulso ciego, sino por amor se ha apasionado por el hombre, por su historia y su destino.

Esta es la Navidad que celebramos, y felicito a todos, y todos nos felicitamos. A todos deseo que pase y acontezca la verdad de la Navidad en cada uno de vosotros, en todas las familias, en todos los hogares, en todos los pueblos y ciudades, en toda la sociedad, en el mundo entero.

Pido a Dios que en esta Navidad todos nos abramos más a Dios y al que viene en su nombre, Jesús, y podamos seguir su camino en toda la tierra, el que conduce a la paz. Deseo que todos tengan el don y la dicha de conocer a Jesucristo, acogerle en la vida como criterio de la inteligencia y del corazón, como fuente de la vida, de la razón, de la libertad, de la convivencia y del amor. Es la felicidad mayor que puedo desear para todos. Es lo que necesitamos el mundo entero.

¡Feliz y santa Navidad a todos!

Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia