Unión Europea

Ucrania y la frivolidad occidental

Frivolidad multiplicada por la nula, y asombrosa, voluntad de los países de la UE por construir una posición propia ante Rusia.

Sin duda resulta digno de elogio –y de alguna sonrisa– el aplicado apoyo del gobierno socialcomunista de Sánchez a la OTAN y a Estados Unidos en la crisis ucraniana. Reafirma el único lugar posible para la mentalidad de las elites españolas, de ambiciones internacionales casi siempre limitadas y subordinadas a intereses ajenos. También nos brinda la posibilidad de recuperar algo del antiguo apoyo que Estados Unidos prestaba a España en otras zonas conflictivas para los intereses nacionales, en particular el Mediterráneo, Marruecos y el llamado Sáhara Occidental. Nuestro país carece de la capacidad intelectual y política para pensarse a sí misma fuera del relato que se ha impuesto sobre la Rusia imperial –es decir, imperialista– y la sojuzgada nación ucraniana. Aun así, y por mucho que el régimen ruso sea absolutamente condenable por sus sistemáticas violaciones de los derechos humanos y el derecho internacional, conviene hacer un esfuerzo para entender lo que está pasando sin dejarse llevar por los eslóganes y las interpretaciones prevalentes, por muy aplastantes que sean.

Se podrá empezar por prestar atención, aunque sólo fuera por razones de honradez intelectual, a los argumentos rusos. Putin los expuso largamente en un artículo titulado «Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos». Muchas afirmaciones serán discutibles, como siempre que se recure a la historia para justificar un acción política. Y sin embargo, es difícil desmentir esa unidad de siglos, unidad histórica y cultural, que nace ya con el papel que jugó el «rus» de Kiev en la creación de la propia Rusia. Y también habrá que tener en cuenta que la Rusia de Putin aceptó la independencia de Ucrania con la condición de una colaboración estrecha, explicable por la naturaleza misma de Rusia y de Ucrania.

Podríamos seguir por la política de la UE y de Estados Unidos de los últimos veinte años. En vez de apostar por el acercamiento de Rusia a Europa, algo que el propio Putin mantuvo en sus primeros años de mandato, se ha hecho todo lo posible para aislarla. En el caso de Ucrania, se ha bordeado la humillación. Los europeos (como demostramos los españoles en el caso de Cataluña y el País Vasco) ya no damos importancia a estas realidades, pero fuera existe el orgullo nacional, la conciencia de ser una gran nación y la voluntad de seguir siéndolo o volver a serlo. Y la posición de la UE y de Estados Unidos al desconocer estos hechos ha sido de una frivolidad sobrecogedora.

Frivolidad multiplicada por la nula, y asombrosa, voluntad de los países de la UE por construir una posición propia ante Rusia. Ni que decir tiene que no se intervino en la crisis de Georgia, ni en la anexión (o recuperación) de Crimea, ni se intentó defender la soberanía ucraniana en el Donbass. Por si fuera poco, la UE ha abandonado sus recursos energéticos y de materias primas en manos de Rusia, como lo ha hecho en manos de China en cuanto a su producción industrial. Por eso los ucranianos no deberían esperar gran cosa de unos supuestos aliados, poco consistentes y poco dispuestos a esforzarse. Salvo, eso sí, en cuanto a los sacrificios que pedirán a sus agricultores y productores en una previsible política de sanciones que no servirá para nada, como ya hemos tenido ocasión de comprobar.