Sabino Méndez
La ventana indiscreta
Es innegable que los mejores creadores de ficciones se encuentran, hoy en día, en el mundo de la política. Nosotros, aquellos pobres incautos que, en algún momento de nuestras azarosas vidas, nos dedicamos a la redacción de novelas debemos quitarnos el sombrero y saludar admirados la colosal variedad de situaciones fantásticas que nos proponen nuestros políticos sin que les mude el gesto.
En estas intensas jornadas pasadas, por un breve momento, se abrió una ventana al patio trasero de un edificio llamado Partido Popular y, como en aquella película de Hitchcock, pudimos fisgonear en las interioridades de la vecindad de ese inmueble político. Vimos contradicciones, paradojas y cosas que hacían helar la sangre; pero nada demasiado alejado de situaciones vistas en otros partidos políticos.
Hace cosa de un lustro se le reprochaba al secretario general del PSOE su precipitación en las estrategias políticas. Se decía que lo que hacía era saltar por la ventana en lugar de bajar por las escaleras. Eso comportaba el lógico peligro de sufrir fracturas. Pero, bien mirado, los dirigentes más antiguos del PSOE deberían darse cuenta de que era totalmente normal que Pedro Sánchez estuviera acostumbrado a ese tipo de saltos. Su propio partido, sin saberlo, lo había entrenado para ello cuando lo echaron por una ventana de Ferraz. Sánchez salió en cohete y cuando, después de probar los adoquines del exterior, se palpó la ropa y vio que no tenía ningún hueso roto, le cogió el gusto sin duda a esa manera de escapar de los contratiempos. Por tanto, no nos extrañemos de cualquier posible futuro de Casado. Estaremos de acuerdo en que no es ni tan alto ni tan apuesto como Sánchez (cosa que le resta el furor que tenía el socialista entre sus filas), ni que tiene la extraña y chocante ventaja del presidente de que hasta el bruxismo que le provocan sus momentos de cinismo le queda bien estéticamente. Casado siempre trabajó mesuradamente, un poco a la defensiva (quizá a veces demasiado), como si partiera de una inseguridad básica por no ser abogado del estado como Soraya. Pero ahora está liberado, aunque haya que reconocer que su tirón entre las bases no es el mismo que tenía Sánchez en 2016. Como la política española es de los pocos lugares donde se acepta una cosa y la contraria, el futuro de Casado es, por tanto, impredecible.
Mucho más seguro es apostar sobre el futuro de ese edificio del cual hemos avistado su patio interior. Es cierto que, a medio plazo, nada en el PP va a ser sencillo. ¿Cómo abandona Feijóo la presidencia de la Xunta y se viene a poner orden en Génova? ¿Quién ocupa esa vacante y cómo se organiza todo? ¿Cuáles van a ser los pasos de todo ese proceso? ¿Procedimiento y protocolo? ¿Pero cómo se suturan las heridas de quienes en el primer momento se alinearon en uno u otro de los bandos en disputa? ¿Cuántas venganzas y rencores quedarán en el aire? No olvidemos que la semilla de todo este descontento se sembró sobre un resquemor irrenunciable entre María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría que descalabró unas primarias.
Con Ayuso dando explicaciones a medio plazo en la fiscalía, el panorama no es por ahora menos endiablado. Pero sería un error subestimar la dimensión monumental que tiene el edificio en su conjunto, el peso de sus muros y el complejo entrelazado de sus tabiques con décadas de construcción a cuestas. Albert Rivera cometió la equivocación de subestimar su venerabilidad, pensando que podía ejercer de «okupa» en ese espacio, y así le fue.
No hay que confundir por tanto el inmueble con sus inquilinos; esa casa lleva ahí muchos años. En la película de Hitchcock, el mal salía al final del edificio, cruzaba la calle y a quien tiraba por la ventana era precisamente al perplejo testigo. Luego, la vida de la casa de vecinos seguía imperturbable.
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