Partido Popular

Política pornográfica

Una vez más, la derecha española carece de imaginación y asume como modelo a la izquierda. Como era de esperar, lo hace mal, al alejarse de su propia naturaleza

De los cinco líderes, todos varones, surgidos de la movida regeneracionista de hace seis o siete años, sólo quedan dos: Sánchez y Abascal. Los otros han compartido un destino común. Acogidos con grandes esperanzas de cambio, impulsados por un vendaval de aire rejuvenecedor, también han conocido finales prematuros y catastróficos. En los tres casos, además, los desenlaces apocalípticos han ido acompañados de una crisis del partido que lideraban: organizaciones más recientes y frágiles en el caso de Rivera e Iglesias, y en cambio un partido consolidado, y con fuerte implantación, los populares de Pablo Casado. No parece que el PP vaya a echar el cierre por causa de siniestro total, pero la espectacularidad y lo abrupto de la caída de Casado y sus fieles han sacado a la luz todos los fallos de los grandes partidos.

Habrá quien diga que la deriva oligárquica de estos mismos grandes partidos es tan inevitable como una ley de la naturaleza. Hay otros, sin embargo, que piensan que esta evolución afecta sobre todo a los partidos socialdemócratas: de hecho, es a partir de ellos como Michels formuló su famosa ley de hierro de la oligarquía, referida a este hecho. No es la única forma de organización de los partidos políticos. De hecho, en Europa y en el resto de los países occidentales existen fórmulas partidistas, en particular entre conservadores y liberales, más flexibles, menos burocratizadas, capaces de adaptarse a cambios cada vez más vertiginosos. Son partidos capaces de incorporar a la política, aunque sea momentáneamente, a miembros de las elites económicas, empresariales e intelectuales. Y en muchas ocasiones son capaces también, precisamente por su menor rigidez, de mantenerse en contacto con una base más amplia y abierta, no encerrada en lealtades partidistas infrahumanas. Una vez más, la derecha española carece de imaginación y asume como modelo a la izquierda. Como era de esperar, lo hace mal, al alejarse de su propia naturaleza. De ser así, lo ocurrido obligará a una reflexión de fondo acerca de las formas de organización. En el PP, que no ha sabido sortear la tentación burocratizadora, y en VOX, que parece haberla soslayado por el momento.

Puestos a reflexionar sobre el futuro, también convendrá pensar en cómo esquivar las trampas de la regeneración, aquel impulso que ha llevado al desastre a tres de sus más conspicuos y prometedores paladines. Una de esas trampas es la tentación de la democracia llamada directa, que, como se ha visto en el caso del PP, no palía, sino que parece agravar los procesos de burocratización y esclerosis. Otra trampa es la de la ejemplaridad, uno de esos lugares comunes que alcanzan un éxito formidable, basado por lo fundamental en la estólida pereza de la ciudadanía, aunque resulten inaplicables si no es –y lo acabamos de comprobar– como arma de destrucción. Nadie es ejemplar, y menos que nadie un político. Hablar de política y de políticos ejemplares o ejemplarizantes es, en primer lugar, levantar una barrera infranqueable a la renovación del personal. Y después, sacar a relucir, como ha ocurrido con el espectáculo de estos días, lo peor de nosotros mismos: hacer del muy noble arte de la política un ejercicio de pornografía.