Putin

El príncipe Vladimir (Putin)

La Historia, «maestra de la vida», nos enseña que con tiranos que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo, desde Atila hasta Gengis Kan pasando por Pol Pot o Tojo, llegando a Stalin y Hitler, la política del apaciguamiento no es aconsejable ni eficaz para hacer frente a sus ansias expansionistas y de dominio impuestas por la fuerza de las armas a sus vecinos, o simplemente a los que consideran obstáculos para su afán incontenible de poder.

Fue precisamente con Hitler con quien esta acepción del «apaciguamiento» hizo fortuna por medio del premier británico Neville Chamberlain, como sinónimo de intento de aplacar la furia del tirano con «limitadas» concesiones a sus pretensiones. Fue en agosto de 1938, tras su anexión de los Sudetes –el cuadrilátero Bohemia-Moravia de Chequia– en la Conferencia de Múnich, donde obtuvo el compromiso escrito de Hitler de dar por satisfechas sus ansias de conquista del que consideraba su «espacio vital» necesario para su Tercer Reich. A su vuelta triunfante a Londres blandiendo ese papel mojado como «garante de la paz», Churchill le replicaría con aquella profética frase: «Podía elegir entre el deshonor o la guerra. Ha elegido el deshonor y tendremos también la guerra». Desde entonces, la sombra de Chamberlain es alargada y se proyecta como una condena sobre quien intenta llevar a cabo esa política en análogos escenarios.

Ahora es Putin, a ojos de Occidente, quien encarna la figura del tirano que con la invasión de Ucrania precedida de sus acciones en Crimea y el Donbás y antes en Chechenia y Georgia, pretende satisfacer las demandas del «espacio vital» que él considera necesario para Rusia y que se perdió tras la implosión de la URSS en 1991.

En su subconsciente –¿o no?– parece latir el alma imperial e inmortal de Rusia, hecha realidad tanto con los zares como con la URSS, y notablemente reducida con la desaparición de ésta en la fiesta de la Inmaculada Concepción de 1991. Con Yeltsin al frente, la década que siguió a ese histórico acontecimiento hasta la llegada al poder de Putin, ha sido vivida como una etapa dolorosa y humillante por gran parte de los rusos, pese a abrirse a la libertad tras el totalitarismo soviético padecido.

Ahora Putin se siente llamado a emular a su santo patrón, el príncipe Vladimir fundador en 988 de la Rus de Kiev y la ortodoxia, que incluye la actual Rusia, Bielorrusia y Ucrania: son los eslavos orientales, que comparten historia, cultura y religión. Basta escuchar el discurso de Putin la víspera del comienzo de la invasión. No hay apaciguamiento posible ante ese objetivo.