Iglesia Católica

Canonizados «cuatro españoles y un santo»

El día de ayer fue el 400 aniversario de una jornada histórica para la Iglesia universal y para el orbe occidental. La noticia procedía de Roma, donde el Papa Gregorio XV presidía una ceremonia de canonización sin precedentes hasta ese momento, al proclamar a cinco nuevos santos. Hasta entonces lo ordinario era canonizar a un santo, y hacerlo con dos en la misma ceremonia constituía algo extraordinario, así que cinco superaba todo lo imaginable. Sus nombres lo dicen todo: una mujer, santa Teresa de Jesús y cuatro varones: san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Isidro Labrador y san Felipe Neri.

Existieron poderosas razones para que se produjera ese acontecimiento eclesial reconociendo la santidad de cinco protagonistas. La antigua Cristiandad había quedado atrás y el cisma protestante produjo como reacción una revitalización de la Iglesia, que alumbró como respuesta la denominada Contrarreforma en el Concilio de Trento. El florecimiento de la vida religiosa con la fundación de nuevas congregaciones –como los Jesuitas por san Ignacio de Loyola– o la reforma de antiguas –como el Carmelo por santa Teresa de Jesús–, constituyeron la vanguardia de esa respuesta de la Iglesia frente al protestantismo. Las Cortes europeas rivalizaban en promover y sostener las causas de sus súbditos con fama de santidad, desde la convicción de que éstos contribuían a dar realce a la reputación de sus naciones y monarquías respectivas.

A la tarea se sumaron otras realidades, como el impulso misional con san Francisco Javier, por lo que ese día la Contrarreforma también era «canonizada» por Gregorio XV. San Isidro Labrador, patrono de la Villa de Madrid, humilde trabajador del campo del siglo XII y cuyo proceso de canonización había sido el primero en concluirse, representaba la respuesta a la concepción protestante de que «basta la fe» para alcanzar la santidad, ganada por él con las obras de su sencillo y sacrificado trabajo acompañando a sus creencias.

La incorporación final a ese magnífico elenco de santos fue la de san Felipe Neri, considerado el «santo de Roma», fundador de la congregación del Oratorio y representante del clero secular, cuya renovación no podía faltar en tan magna empresa revitalizadora acometida por la Iglesia. Adicionalmente su incorporación fue sugerida por la Sagrada Congregación de Ritos para diluir los comentarios de los romanos, que así pasaron a decir que «el Papa había canonizado a cuatro españoles y a un santo».

Siglos después, san Juan Pablo II se despedirá de España el 4 de mayo de 2003 canonizando en Madrid a cinco santos españoles: tres mujeres y dos varones.