Cine

Peajes de fama

Todos los hombres podemos ser monstruos o ángeles en función de la situación que nos toque vivir

Confieso que creí que era una broma. Admito que me pareció tan peliculero y fuera de la lógica de las liturgias de los premios, que estaba seguro de asistir a un juego provocador entre dos estrellas de la interpretación. Sin razón aparente, porque sí; para jugar. O quizá escondiendo algún mensaje semicríptico sobre racismo, agresión, o algún tipo de bandera a enarbolar en estos tiempos de imposición moral de lo correcto. Aun hoy me cuesta digerir que todo fue fruto de un calentón, de la incontinencia de un tipo tan humano y despreciable como cualquier otro. Tan héroe y tan villano como podemos ser cualquiera. Como dice mi amigo Gelo, las estrellas y los reyes son tan personas como nosotros, y sienten y expulsan lo mismo, porque la biología nos fuerza a todos a las mismas servidumbres.

Por eso no es hasta el momento de escribir estas líneas, leyendo que Will Smith ha pedido público y universal perdón por esa acción, que él mismo califica de «inaceptable e inexcusable», cuando percibo el ya famoso croché de derecha con mano abierta, en su perspectiva más real, que es también la más equívoca, porque no se trata de un hecho lineal y fácilmente clasificable. Como él mismo dice, «la violencia en todas sus formas es venenosa y destructiva», y esa ha de ser la primera premisa para considerar la agresión a Chris Rock. Por mucho que metiera la pata con su zafio humor sobre la alopecia de la pareja de Smith, no hay aval posible a semejante derechazo. Porque no es ejemplar y porque es desmedido. Toda violencia lo es. Más aún cuando la ejerces en nombre de terceros. Lo cual, y en esto los censores de la corrección anduvieron muy rápidos, permite juicios tan excesivos como los del supuesto feminismo militante que hablan de la «masculinidad tóxica», y elaboran ya tesis sobre la peligrosidad de acudir en reparo o en defensa de tu pareja. Me recuerdan la aquello de Tomas de Quincey en «El asesinato considerado como una de las bellas artes»: se empieza matando a alguien y terminas cediendo el paso a las señoras. O defendiéndolas.

La cuestión relevante en torno al bofetón tiene en realidad que ver con la posición de referencia social que se supone han de mantener las personas populares o influyentes como peaje por alcanzar esa condición, se supone que grata. Como sostiene Pérez Reverte, en la línea de mi amigo Gelo pero con otra experiencia, todos los hombres podemos ser monstruos o ángeles en función de la situación que nos toque vivir. El Will Smith más insoportable y dañino se merendó al tipo normal cuando no pudo controlarse. Pero ese mismo Will Smith pide perdón y se arrepiente sinceramente con una frase que rezuma franqueza: «Soy un trabajo en progreso». Imperfecto, en evolución, humano y dual…como cualquiera de nosotros. Pedir perdón es un acto generoso de humanidad, hacerlo mientras reconoces tus imperfecciones y hasta tu voluntad de progresar, lo hace aún más grande. En dos días vemos a los dos Will Smith. Sólo hay un problema: el personaje público no debió ni debería dejarse vencer por el privado imperfecto. Esa quizá sea la gran lección para él y para todos. Si eres alguien público has de pagar el peaje de un comportamiento ejemplar. No universalmente plausible, simplemente, positivo.