Historia

Rusia y el genocidio tártaro en Crimea

Con tan brutal deportación, los tártaros, dueños y señores de Crimea en 1783, desaparecieron completamente de su península en 1944. La limpieza étnica rusa de Crimea fue absoluta.

En 1860 Karl Marx en su libro «Herr Vogst» denunciaba «la táctica rusa de declarar independientes zonas que le son apetitosas, deshacerse así de posibles rivales y asimilarlas después dentro de sus fronteras». Ese método es el que utilizó Putin en Abjasia, Osetia, Transnistria, Crimea, y ahora en Ucrania. Eso mismo hizo Catalina II en Crimea en 1783, cuando se la anexionó después de forzar su independencia del imperio otomano en 1774.

En este mismo medio (21 de febrero pasado) expuse las razones por las que consideraba que la anexión rusa de Crimea en 2014 había sido contraria al derecho internacional y a la Carta de las Naciones Unidas, e incluso (3 de marzo), un crimen de agresión, perseguible por el Tribunal Penal Internacional.

Con frecuencia se afirma que «Crimea siempre fue rusa» y que desde 1954 hasta 2014, perteneció a Ucrania por un «regalo» de Nikita Kruschev, que la transfirió graciosamente desde Rusia. Cabe preguntarse si son ciertas las anteriores afirmaciones y si, en su caso, sería justo título para considerar a Crimea como parte inalienable de Rusia que legitime su anexión como una «vuelta a la madre patria», según Putin.

Todo el Mar Negro, incluida Crimea, compartió la misma historia antigua que el resto del Mediterráneo y, por ello, se construyeron en Crimea ciudades y colonias griegas, romanas, bizantinas e incluso godas. Posteriormente, en la Edad Media, venecianos y genoveses expandieron su comercio en la península y erigieron sus ciudades.

Escitas, tauros, hunos, búlgaros y jázaros completan la lista de pueblos que, en diferentes épocas, dominaron todo o parte de Crimea, hasta que en la primera mitad del siglo XIII, los mongoles llegaron a Europa oriental, donde se les llamó tártaros y fundaron la «Horda de Oro» dominando la zona, incluyendo Crimea. En el siglo XV una rama meridional de la Horda fundó un reino independiente en Crimea: el «kanato tártaro de Crimea» o la «Tartaria de Crimea», quienes por temor a los rusos terminaron bajo el protectorado del imperio otomano hasta que Catalina II lo anexionó al imperio ruso en 1783. En los 3000 años anteriores no hubo rastro de rusos en Crimea.

El Tratado de Küçük Kaynarca, de 21 de julio de 1774, firmado entre los imperios ruso y otomano, tras la derrota de este último en la guerra ruso-turca, supuso la independencia de Crimea, hasta la anexión rusa de 1783, siguiendo la táctica que Karl Marx denunció en 1860 y que Putin repitió en 2014.

A la fecha de la primera anexión rusa de Crimea (1783), los tártaros suponían el 98% de su población, pero Rusia los sometió exigiéndole el pago de impuestos, confiscándole sus tierras e instaurándoles el trabajo forzado, provocando una ola de emigraciones. En 1850 solo constituían el 60% y en 1905 los tártaros ya eran minoría en su propia tierra. La rusificación acelerada de Crimea fue intensa e intencionada.

En estas condiciones, los tártaros abrazaron las revoluciones de principios del siglo XX como medio de poner fin de un imperio colonial brutal y represivo más que como adhesión a una lucha de clases. La victoria bolchevique supuso dos generaciones de desastres y calamidades para los tártaros de Crimea. Miles de ellos murieron de hambre y en 1923 los tártaros eran tan solo el 25% de la población. Lo peor para ellos aún estaba por llegar. Tras la IIGM, Stalin los acusó de colaboracionistas con los alemanes porque muchos de ellos se alistaron en su ejército, pero no fueron los únicos, ya que otras minorías también lo hicieron y, además, muchos tártaros lucharon contra los alemanes. Sin embargo, Stalin los castigó fusilando arbitrariamente a muchos y deportándolos en masa, en insalubres trenes de ganado a Asia Central. En este inhumano destierro murieron miles de tártaros. Con tan brutal deportación, los tártaros, dueños y señores de Crimea en 1783, desaparecieron completamente de su península en 1944. La limpieza étnica rusa de Crimea fue absoluta.

Por último, Kruschev, en 1954, en un acto de calculado absolutismo, decidió incorporar Crimea a Ucrania, donde permaneció hasta la segunda anexión rusa en 2014. Para el profesor Kurz Muñoz, la intención de Kruschev no fue inocente –el comunismo no es nada benemérito– pues «introducía una cuña rusa en Ucrania», donde el separatismo era un hecho después de la IIGM, a la vez que «sembraba la discordia entre tártaros y ucranianos al intentar traspasar a estos la responsabilidad moral y las consecuencias de la deportación masiva de aquellos». Posteriormente les permitieron volver, pero en ningún momento supusieron más del 10 % de la población de la que fue su tierra desde hacía siete siglos.

Catalina, Stalin, Kruschev y ahora Putin, adulteraron la historia de Crimea, desfigurando su verdadera identidad tártara, desplazando y exterminando a sus legítimos dueños en lo que se ha venido llamando «genocidio tártaro», pueblo que ha sido deliberadamente sustituido por colonos, trabajadores y funcionarios civiles y militares rusos. En la actualidad hay en Crimea un millón de rusos más que en 2014.

Solo en estas condiciones cabe entender la supuesta –y fraudulenta– identidad rusa de Crimea, sin que, en mi opinión, puedan constituir razones jurídicas, sociales o históricas validas para que Rusia haya vulnerado el derecho internacional y la Carta de la ONU en Crimea, como lo hizo en 2014. Karl Marx tenía razón.

Tomás Torres Peral. Comandante de Caballería. De la Academia de Ciencias y Artes Militares.