Opinión
No hay mal que por bien no venga
Para Alberto Núñez Feijóo no han sido necesarios ni concedidos los 100 días considerados como periodo de gracia que se suelen otorgar para comenzar a exigirle resultados al político que asume una nueva responsabilidad. De hecho, se los empezaron a pedir desde el minuto uno, e incluso con efectos retroactivos, al pretender hacerle responsable del resultado y subsiguiente necesario pacto con Vox en Castilla y León. Como es público y notorio, allí se convocaron elecciones anticipadamente a instancias, no de Mañueco, sino para satisfacer a «Génova», que quería robarle a Ayuso su extraordinario éxito en Madrid, atribuyéndolo en un ejercicio de voluntarismo digno de mejor causa, «a unas siglas y al candidato Casado», sentencia convertida en la consigna política genovesa del momento, todo lo cual esperaban confirmar allí el 13-F convertido en otro 4-M.
Lo cierto es que nadie pudo imaginar que ese artificial y ridículo conflicto de celos, poder y egos propio de una cultura política de determinadas organizaciones juveniles, iba a precipitar un desenlace que haría bueno, una vez más, el aforismo de la sabiduría popular «no hay mal que por bien no venga». En efecto, en apenas tres meses desde aquella jornada electoral, se han sucedido unos hechos que es cuestionable se hubieran producido de no mediar aquella penosa batallita previa.
El primero y principal es que con Feijóo el PP tiene un liderazgo respetado y solvente, lo cual era condición previa e inexcusable para pasar de ejercer «el ministerio de la oposición» a liderar con credibilidad la ya auténtica necesidad nacional de una efectiva alternativa al sanchismo. Otro sucedido, directamente vinculado con el anterior, es que Vox ha venido para quedarse, y que la formación del primer Gobierno autonómico de coalición debe ser ocasión providencial para disipar dudas y fantasmas en cuanto a su condición de formación política absolutamente democrática.
A partir de ahora, serán sus obras las que la juzgarán ante los votantes, y no los insultos y consignas descalificadoras de los modernos inquisidores globalistas. El cordón sanitario a Vox, que promovió el «bloque político de la moción» que abrazó Casado de forma tan solemne como incomprensible y acomplejada, era la fórmula mágica para impedir la alternativa política al sanchismo, posibilitando tan solo, y como mucho, una mera alternancia al mismo.
Si de paso se eliminan las primarias actuales para elegir los liderazgos en los partidos, habrá que colegir que en efecto Castilla y León ha prestado una vez más un gran servicio a España. Los antiguos ya lo decían: «Los dioses enloquecen a los que quieren perder».
✕
Accede a tu cuenta para comentar