Opinión
Casa de Borbón, Revolución Francesa y SCJ (III)
Con Luis XIV reinando en Francia y su nieto Felipe V en España, la Casa de Borbón alcanza un momento álgido de poder, pero la petición efectuada por el Señor en 1689 por medio de Sta. Margarita María de Alacoque, seguía sin ser atendida por el monarca francés. Y, mientras, acontecimientos significativos se iban produciendo hacia el descreimiento de la fe cristiana y el abandono del teocentrismo –Dios como el centro, medida y referencia de todo–, para pasar a ser una sociedad antropocéntrica, con el hombre en el papel antes asignado a Dios.
En 1717 será refundada la masonería en un pub londinense, y las ideas de la Ilustración, el racionalismo y la Enciclopedia van imponiéndose gradualmente para desencadenarse en la Revolución de 1789. Luis XV no efectuó tampoco la consagración pedida, ni su sucesor Luis XVI, y así llegamos al otoño de 1788, con una histórica sequía en Francia que afectará a la producción de cereales, con escasez de pan y encarecimiento de los precios, lo que provocará revueltas y conflictos sociales. Ante esa situación, Luis XVI decide convocar los Estados Generales –unas Cortes estamentales– para dialogar y negociar. Es llamativo que la última convocatoria de éstos la había efectuado Luis XIII 150 años atrás, para solemnizar la fiesta de la Virgen de la Asunción el 15 de agosto de 1638 estableciéndola como patrona de Francia, tras concederle la gracia del nacimiento de quien sería su hijo Luis XIV.
Los Estados Generales se abrirán con una misa solemne del Espíritu Santo celebrada en Versalles en mayo de 1789, y un mes después, el 17 de junio, llegamos al Tercer Estado –los 577 representantes de la burguesía y el pueblo– reunidos en el «Jeu de Paume» en Versalles. Allí efectuarán el conocido como el «juramento del juego de la pelota» por el que se declaraban constituidos en Asamblea Nacional y titulares de la soberanía nacional y del poder legislativo, que hasta ese momento residía en el rey soberano, cayendo la monarquía absoluta y con ella el Antiguo Régimen, e iniciándose la Revolución Francesa, que marcará un antes y un después en la historia de la humanidad.
En 1792 estando Luis XVI en la prisión del Temple con toda su familia, atendió la petición de su hermana menor Madame Élisabeth, y efectuó la consagración pedida, jurando hacerla pública y solemnemente si la providencia divina le salvaba la vida. Ya era tarde, y cuatro meses después sería ejecutado en la guillotina. Le seguirían la reina María Antonieta y Madame Élisabeth.
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