Política
Mónica Oltra y el todo vale
Es terrible imaginar lo que harían si pudieran estos fanáticos contra sus críticos o los disidentes
La superioridad moral de la izquierda se basa, precisamente, en que cuenta con el apoyo del mundo de la cultura y el periodismo. La descarada adscripción partidista, aunque no tengan el carné de un partido, de pintores, escultores, escritores, periodistas, músicos, profesores y catedráticos, actores y directores… explica la impunidad con que actúan el PSOE y Podemos o por qué todo les sale gratis. No hay coste. No hacen lo mismo cuando afecta al centro derecha. El expresidente valenciano Paco Camps fue el protagonista de 169 portadas del diario y el grupo mediático que controla Miguel Barroso. Es un dato objetivo, mientras que Mónica Oltra recibe un trato exquisito porque es una política de izquierda radical. Me recuerda mucho el refrán de «perro no come perro». Oltra, al igual que Colau, Iglesias y otros personajes de la nueva política, fueron acogidos con enorme fervor mediático. La realidad es que eran una colección de demagogos que habían fracasado profesionalmente y estaban dedicados al activismo social y político desde posiciones marginales. Los que gritaban «no nos representan» y querían asaltar los cielos solo han conseguido ganar pasta y mejorar sus condiciones de vida. Es llamativo que la sociedad española en el siglo XXI sea tan poco exigente a la hora de elegir a sus políticos.
Los que se encargan de gestionar presupuestos multimillonarios y toman decisiones de gran trascendencia tienen una trayectoria profesional previa inexistente o irrelevante. Nada que ver con lo que sucede en algunos países, aunque en muchos se está imponiendo el modelo populista gracias al sistema presidencialista. No hay más que ver el panorama desolador de Hispanoamérica o que la elección en Estados Unidos fuera entre dos personajes como Trump y Biden. El éxito y el fracaso del demagogo Pablo Iglesias, el que pretendía ser un tribuno de la plebe, es el paradigma de estos nuevos tiempos donde impera en la izquierda la mediocridad más exasperante. Por supuesto, nada que ver con Berlinguer, Marchais, los líderes laboristas británicos y tantos otros dirigentes europeos que tenían altura política e intelectual. Ahora es época de personajes como Oltra, Iglesias, Colau, Montero, Belarra, Otegi… que tienen como referentes a Chávez, Maduro, los Castro y otros revolucionarios de medio pelo caracterizados por su desdén por los derechos humanos y su vocación extractiva de los recursos de las naciones que han conseguido controlar. No hay ni un solo caso en ese mundo del comunismo, tanto en el siglo XX como en el XXI, que pueda ser un referente de ética, respeto de los derechos humanos y las libertades públicas y una gestión eficaz de los recursos nacionales.
Ahora no se llaman comunistas, porque es mejor utilizar subterfugios o retorcer el lenguaje para blanquear el horror de lo que realmente representan y cuáles son sus auténticos objetivos revolucionarios. No hay más que ver el odio que rezuma Oltra cuando esgrime excusas inconsistentes para no dimitir. No aceptan la diversidad social y la pluralidad política, porque son comunistas y todo vale al servicio de su idea colectiva de entender la sociedad. Es un concepto muy alejado de los valores europeos. Los socios de Compromís han cerrado filas con la controvertida vicepresidenta valenciana. Lo asombroso es el contenido de las intervenciones que pudimos escuchar o leer este sábado. La denuncia fue de la menor que sufrió los abusos de su entonces marido. No es ninguna campaña de la ultraderecha o una persecución contra ella por su defensa de la sanidad pública. Es terrible imaginar lo que harían si pudieran estos fanáticos contra sus críticos o los disidentes. El comunismo es una ideología totalitaria y conocemos muy bien su obra en todos los países en los que ha gobernado.
La desesperación de Oltra y sus compañeros se debe a que pueden perder el poder. Es algo que no soportan. El retroceso se comprueba en todas las elecciones que se han celebrado. Ahora veremos el alcance del desastre en Andalucía. A pesar de ello, no hay más que ver la arrogancia que emplean los dirigentes de Podemos y, sobre todo, su soberbio líder en la sombra, Pablo Iglesias. En ningún momento hacen autocrítica, salvo que puedan ser consideradas como tal las purgas o los feroces ataques contra los que tienen una representación mucho más amplia del pueblo español que la ridícula presencia de las formaciones a la izquierda del PSOE. La inconsistencia intelectual de este grupo es la clave, porque emplean un discurso simplón, errático y populista al estilo de Iglesias. Las cosas no pueden ir bien cuando la actividad política les resulta económicamente más rentable que regresar, los que lo tenían, a sus puestos de trabajo. No es lo que sucedía en la izquierda, incluidos los comunistas, hasta que llegó el movimiento del 15-M. No fue más que el triunfo de unos demagogos que se creían unos nuevos Gracos e impulso de un fracasado proceso de recomposición de la izquierda a peor. No han sido más que una colección de mediocres iluminados.
Oltra no es más que una anécdota política. Alguien intrascendente que se consume en la hoguera de su soberbia. Le retrata la sucesión de mensajes simplistas para justificar su supervivencia. Los que la aplaudían y jaleaban confirmaron que España no tiene una izquierda moderna y consistente. Esperaba más de Baldoví. Al final todo se reduce a su frase de «si tocan a una, nos tocan a todos». Los abusos de la menor son irrelevantes, la acción de la Justicia una maniobra de la extrema derecha y la indignidad de su marido, ahora convertido en su ex, no mereció ningún comentario. Hay una doble vara de medir. El problema no son esos políticos de medio pelo, sino una izquierda que no se levanta indignada ante estos atropellos y unos periodistas, encabezados por Barroso, que tratan este sórdido escándalo y el vergonzoso comportamiento de Oltra con guantes de seda.
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