Terrorismo
El hombre
La luz lleva un aire de maravilla y los ojos ateridos del hombre la atrapan como una resurrección
El hombre pesa poco, unos cincuenta kilos. Está quieto en la ambulancia, como abstraído, con la vista fija en la ventanilla translúcida. Cosa rara, porque no se ve nada a través de ella. La luz parece atraerlo intensamente, cautiva del todo su atención. No participa en la conversación, sólo mira y mira hacia el resplandor. Los otros hombres piensan que quizá se ha demenciado. No es de extrañar. Cuando llegan a la ciudad, su mujer avanza hacia él. El hombre, y también es muy extraño, apenas responde a los abrazos. Llevan 532 días sin verse y ha pensado en ella cada instante. «Me han mantenido vivo el amor a los míos, mi fe y el método». Nunca abandonó la pobre higiene personal –un cubo con agua y otro para defecar– ni el lamentable ejercicio en aquel espacio ínfimo, de dos cuarenta por tres metros. Pero los abrazos no le salen. Son meses resistiéndose al requiebro torcido de los carceleros, porque no cayó en la tentación del síndrome de Estocolmo. Así que ahora tendrá que reeducar brazos y manos, labios para los besos, mirada para la ternura. Los ojos del hombre son dos enormes lagos desolados. Ciegos. No comprenden el mundo, se ahogan en la realidad tan grande y frenética tras la larga tristeza lenta. Se deja, se abandona en manos de los guardias civiles, pero en una semana querrá huir, marcharse «a un monasterio», agazaparse en la soledad que lo ha acompañado y ha sido su amiga única. Tiene muchas heridas, la del miedo perenne, la del falso cariño del cancerbero de la ergástula y también esa de las muñecas, de cuando se cortó y quedó desmayado. Había afilado minuciosamente el aro de los cascos de música y buscaba una puerta de luz. Despertó manchado de sangre y recuperó el empuje. Limpió lo que pudo y les dijo que había sangrado por la nariz. Le debe su liberación a una sílaba de tres letras, BOL. La que escribieron los etarras Juan Luis Aguirre Lete y Daniel Derguy en los cuadernos de asesinar. ¿Qué era BOL? ¿Una matrícula, un topónimo, una abreviatura? Se repasaron archivos de tráfico, ficheros, enciclopedias geográficas. Bol es matrícula en Bolivia, un pueblo de Croacia, significa «katilu» en vasco. Nada. Alguien, trillando listas de simpatizantes de ETA, se topó con Josu Uribetxeberría Bolinaga. Un tipo de Mondragón, veterano y de vida discreta. El seguimiento reveló que compraba más alimento del que necesitaba y visitaba una nave industrial junto al río. Cuando los guardias abren la trampa, un rayo irrumpe en la oscuridad densa y maloliente. La luz lleva un aire de maravilla y los ojos ateridos del hombre la atrapan como una resurrección.
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