Podemos
Moncloa y los 21 días
Pese a que hay ejemplos de choques en cada asunto gubernamental, pocos casos como el de Defensa ilustran la teatralización del absurdo del Consejo de Ministros
Se necesitan 21 días para afianzar un hábito: repeticiones continuas y constantes que enseñan al cerebro a crear nuevos circuitos neuronales que inculquen comportamientos y los conviertan en automáticos, más sencillos de ejecutar. Esa teoría, que desarrolló el filósofo y padre de la psicología William James en 1890, fue confirmada años más tarde a través de otros experimentos que corroboraron la existencia de un periodo necesario para fijar costumbres. No sabemos exactamente si fue a los 21 días o en qué momento preciso llegó a establecerse como rutina, pero en algún punto de la legislatura se consolidó la crispación en la bicefalia, la bifurcación imposible de ideas que se funden en el Gobierno y que termina por exceder los límites de una coalición para transformarlo en algo que va más allá. La amalgama que constata que una parte del Ejecutivo está, pero no está o que, en ocasiones, sí está, aunque sea, sobre todo, para desestabilizar.
Pese a que hay ejemplos de choques en cada asunto gubernamental, pocos casos como el de Defensa ilustran la teatralización del absurdo del Consejo de Ministros, casi nivel Beckett. Confundir la inversión militar con «gastar el dinero en bombas» demuestra más desconocimiento que nostalgia (aquella del «No a la OTAN») y refleja una aversión a la realidad difícilmente compatible con las responsabilidades institucionales. La sociedad y las Fuerzas Armadas han evolucionado; algunos otros, parece que no. Como si hubieran dejado en el olvido la labor del Ejército en los últimos años, esos en los que se acudió a las residencias de ancianos al inicio de una feroz pandemia, en los que se acompañó a los féretros en el confinamiento más duro o en los que se ayudó a los afectados por la tormenta Filomena o el volcán de la Palma (centrándonos solo en el pasado más reciente). Con el asunto militar como último ariete en Moncloa, los hábitos se consolidan y la cuestión no es ya si ellos, los socios, se han acostumbrado, sino si lo querrán hacer los electores.
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