Política

«In bocca al lupo», Europa

La pedagogía debe acelerarse para inculcar el escenario real, sin deteriorar, aún más, la relación entre los ciudadanos y los cargos públicos

Si uno se da una vuelta por una universidad italiana en época de exámenes, escuchará, cada pocos pasos y de manera reiterada, la expresión «in bocca al lupo» seguida de la respuesta «crepi il lupo». Aunque no está claro su origen, que muchos relacionan con la leyenda de Rómulo y Remo, se trata de una frecuentísima fórmula del país transalpino para desear buena suerte en todos los ámbitos, no solo en el académico. Es posible que estos días se haya empleado (incluso puede que mucho) en el Palacio del Quirinal a cuenta del amago de dimisión de Mario Draghi. No es una sorpresa ni una novedad la implosión política en Italia, ya casi pleonasmo, tal y como acredita el paso de diez primeros ministros al frente de 16 gobiernos desde 1994, pero a ese «excepcionalismo», que tan bien gestionan, le acompañan en esta ocasión unas connotaciones especiales. O, más bien, un contexto concreto.

Europa, muy curtida también en enfrentar vicisitudes, atraviesa unas turbulencias peculiares que se caracterizan por sumar a una crisis global las particulares de cada una de sus principales economías. Toda la Unión parece dirigirse a uno de esos golpes, de los que ya alertó Monnet, que la construirán más, pero que, de momento, desestabilizan. Después de la Gran Recesión y del «shock» de deuda, de las distintas visiones ante el drama migratorio de los refugiados en 2015 y de las inacabables negociaciones del Brexit, los 27 asisten ahora al impacto, como a cámara lenta, de las consecuencias de una guerra ya casi propia, las más intensas que se afrontarán desde hace décadas. Repercusiones directas en las rutinas cotidianas que exigirán sacrificios y que, pese a que se auguraban para otoño, adelantan sus efectos al pleno verano. La pedagogía debe acelerarse para inculcar el escenario real, sin deteriorar, aún más, la relación entre los ciudadanos y los cargos públicos, sin alejarlos de la confianza en las instituciones y, en especial, en esas que, desde Bruselas, gestionan el patrimonio cultural, social y político común.

A esa gran crisis se añaden, además, otras de carácter más particular. Alemania debe justificar (y justificarse) años de decisiones mirando a Moscú y reconstruir sus dependencias energéticas y militares para consolidar su rango de motor comunitario, Francia y su «grandeur» se esfuerzan por escapar (de nuevo) de los resurgidos cantos de sirena populistas y extremistas, mientras Italia se afana por evitar un proceso electoral convulso con su atomizado sistema en tiempos inflacionistas y España, bueno, de España ustedes ya saben... Con este agitado panorama y, ante nuestros buenos deseos, a Europa, al menos, le quedará el remedio de replicar: «Crepi il lupo»