Literatura
¿Reabrimos el «caso» de María Magdalena?
Ni el juez Peter Smith, cuando los examinó en su juicio contra Dan Brown, pudo concluir si María Magdalena y Jesús fueron o no pareja
La última vez que los medios dedicaron titulares de portada a la figura bíblica de María Magdalena fue hace algo más de tres lustros. En 2006, El código da Vinci se había convertido ya en un fenómeno mundial y Tom Hanks estaba a punto de llevar a la gran pantalla la adaptación del thriller. Recuerdo bien aquellos días. Yo estaba en Londres preparando el lanzamiento de La cena secreta –una trama también con Leonardo y la Magdalena de fondo– cuando se anunció que la Royal Court of Justice iba a juzgar a Dan Brown por plagio. Richard Leigh y Michael Baigent, coautores de un ensayo de 1982 titulado El enigma sagrado, lo acusaban de haber copiado su tesis de que María Magdalena y Jesús de Nazaret fueron mucho más que discípula y maestro. Según ellos, la verdadera razón por la que la Magdalena estuvo a los pies de su cruz cuando fue ajusticiado, o por la que se convirtió en la primera persona que se encontró con el Rabí resucitado, descansaba en la relación marital que mantuvieron. Leigh y Baigent, junto a otro investigador llamado Henry Lincoln, habían llegado a la conclusión de que Jesús y ella no solo estuvieron casados –las bodas de Caná de los Evangelios fueron, deducen, las suyas–, sino que incluso llegaron a tener descendencia. Y su estirpe, para más inri, fue ocultada en el sur de Francia, dando pie a la ulterior dinastía de los reyes merovingios.
Aquel juicio –al que acudí en calidad de espectador– terminó absolviendo de todos los cargos a Brown. Quedó probado que el norteamericano, en efecto, se había inspirado en la tesis de El enigma sagrado, pero también que no había copiado ni un solo párrafo de esa obra. La sentencia del juez Peter Smith justificó su fallo en 71 folios llenos de consideraciones sobre el «matrimonio secreto» entre Jesús y María Magdalena, y terminó por enfriar los titulares de prensa… hasta hoy.
Este fin de semana, en un teatro de Madrid, se ha celebrado un encuentro internacional sobre la figura de la Magdalena. «Cumbre Magdala», lo llamaron. Sus organizadores invitaron a arqueólogos, antropólogos, artistas e historiadores a reabrir el debate sobre la influencia que aquella mujer ejerció en Jesús, y se ofrecieron curiosas conclusiones. Tampoco me lo perdí. Esta vez acudí para explicar cómo María Magdalena renovó su mito en aquellos lejanos meses de 2006, y me senté a escuchar las explicaciones de autoridades como el doctor Adolfo Roitman, director del Santuario del Libro de Jerusalén, que protege y estudia los célebres manuscritos del Mar Muerto.
Roitman es hombre de agenda ocupada. Este año se cumple el 75 aniversario del hallazgo de los rollos de Qumrán, escritos hace dos milenios por la secta de los esenios, y recorre el mundo para conmemorar «el mayor descubrimiento arqueológico del siglo XX», con permiso de Tutankamón. Los textos del Mar Muerto culminaron, de hecho, una era de hallazgos bibliográficos alucinantes. En 1945, solo dos años antes, en la aldea egipcia de Nag Hammadi, cerca de Luxor, se recuperaron otros viejos libros de naturaleza bíblica. Eran los evangelios de un grupo de primitivos cristianos en los que se narraban episodios sobre personajes del Nuevo Testamento que nadie había leído en siglos. Sus páginas se sumaron al tropiezo, en 1896, en un anticuario de El Cairo, de un texto del año 150 d.C. (aprox.) en el que se narraban las lecciones de un Jesús resucitado a sus apóstoles. Es una obra muy singular. En ella, Pedro se queja del trato de favor que el mesías le da a la Magdalena. «¿Ha hablado Jesús con una mujer sin que nosotros lo sepamos? ¿Es que Él la ha preferido a nosotros?».
El relato, conocido hoy como El evangelio gnóstico de María Magdalena, fue uno de los muchos libros cristianos suprimidos tras el concilio de Nicea. Roitman, con todo, cree que contiene algo de verdad porque la actitud misógina de los apóstoles ante María Magdalena y la queja de que Jesús le concedía un trato de favor especial no es exclusiva de ese documento, sino que aparece incluso en los evangelios canónicos. En el de Marcos queda claro que cuando María se convirtió en la primera que vio a Jesús resucitado, corrió a dar la buena nueva a los discípulos y «ellos, aunque oyeron que vivía, y que ella lo había visto, no la creyeron». Otro texto apócrifo temprano, el llamado Evangelio de Felipe, insiste sobre este extremo mostrando los celos del grupo de los apóstoles. «¿Por qué la amas más que a nosotros?», le increpan. E incluso se lamentan de que Jesús bese a «su compañera» (sic) en la boca, «con frecuencia».
Aunque sabemos que en esta clase de escritos todo es interpretable, no deja de intrigar que palabras como koinônos (compañera, en griego) se usen en estos textos en un contexto ambiguo entre lo espiritual y lo carnal. Ni el juez Peter Smith, cuando los examinó en su juicio contra Dan Brown, pudo concluir si María Magdalena y Jesús fueron o no pareja. Ni tampoco si esas ideas son meras conjeturas. Pero no abandonar este debate hoy es el único camino para llegar, algún día, a la verdad. Ojalá más «Cumbres Magdala» nos acerquen a ella.
Son mucho mejores que los programas del corazón, créanme. Y se aprende más.
Javier Sierra es Premio Planeta de novela. Su obra «La cena secreta» está publicada en 45 países.
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