CGPJ

A cada uno lo suyo

Las discrepancias sobre sistemas de elección, en general, y nombramientos, en particular, ya han excedido el ámbito estrictamente judicial

No es requisito imprescindible recurrir al derecho romano para profundizar en el concepto de justicia, pero, claro está, ayuda. Siempre es un acierto aprovechar las enseñanzas y la sabiduría que han atravesado los siglos y que sostienen las bases de nuestro sistema jurídico. Un clásico ineludible, por su universalidad y exactitud, es el legado que dejó Ulpiano con sus principios: vivir honestamente, no dañar a los demás y dar a cada uno lo suyo. De esos tres axiomas, probablemente, el último sea el que con más precisión se ajusta a lo que, en el imaginario colectivo, entendemos por justicia. Esa que a veces va con mayúscula, otras con minúscula y que, en estos días (o meses o años, hemos perdido la cuenta ya), ha pasado de ser uno de los tres poderes clave de la convivencia (Montesquieu dixit), separado del resto por esencia, a verse inmerso en polémicas y convertirse en dardo de otros intereses y luchas.

A estas alturas de la tensión entre los distintos baluartes del estado de derecho, las discrepancias sobre sistemas de elección, en general, y nombramientos, en particular, ya han excedido el ámbito estrictamente judicial para impactar de lleno en la conversación pública, llegando más allá, incluso, de los límites de nuestras fronteras. Y de qué manera. Los continuos avisos de las instituciones europeas van aumentando su intensidad, exhibiendo nuestras carencias. La última alerta llegó hace poco más de una semana desde la Comisión Europea y no deja margen para la duda: la no renovación del CGPJ es una anomalía difícil de comprender y justificar. Pero no se trata, en realidad, de la única. Se apunta, también, a la necesidad de una reforma en el sistema de elección de jueces (que se adapte más a los estándares continentales) y a una modificación del estatuto de la Fiscalía para eliminar la excesiva dependencia del Ejecutivo.

Aunque la consecuencia más llamativa y directa del inmovilismo es la que marca la reputada clasificación anual de «The Economist», esa que nos enorgullecía al superar en ostentación democrática a la mismísima Francia, y que, en su último balance, el correspondiente a 2021, nos degrada de democracia plena (codeándonos con Finlandia, Suecia o Dinamarca) a otra más limitada, «con imperfecciones». Ahora que el curso, político y judicial, se encamina ya a su fin, las negociaciones e intentos de acuerdo sobre el CGPJ ratifican su enésimo fracaso. Y, mientras la vida cotidiana y sus contingencias prosiguen su ritmo, el desprestigio y el descrédito de la Justicia se solidifican porque, tenga quien tenga razón, el problema ya ha pasado a otra fase y si los responsables públicos no logran resolverlo, serán los ciudadanos, al final, los que den a cada uno lo suyo.