Política

El «procés» y una década de recuerdos

Se atisba un independentismo que, enfrentado, fracturado y desnortado, finge que no se acuerda de nada de lo que ha ocurrido e ignora el daño causado

Voy a empezar este artículo citando a Nora Ephron, aunque sea para desobedecer a la propia Nora Ephron. Cuenta la periodista estadounidense que uno de los primeros consejos que recibió cuando llegó a la redacción de «The New York Post», donde arrancó su brillante carrera, fue el de no comenzar nunca una columna con una cita. En realidad, no estoy muy segura de que lo cumpliera siempre a rajatabla, así que me permito ir contra esa máxima tan inflexible porque hoy me resulta imposible desvincular la confesión que da título a uno de sus textos «No me acuerdo de nada» de algunas de las cuestiones políticas que nos rodean. O mejor, y para ser más precisos, de las actitudes de algunos responsables públicos que parecen haber olvidado el trayecto que han recorrido Cataluña y el resto de España en la última década de tensión separatista.

Con la Diada de 2012 como punto de partida se precipitó un proceso, el «procés», que a modo de imparable bola de nieve arrasó con los límites legales y consuetudinarios que ordenaban la convivencia y tamizó de emocionalidad y crispación, a partes iguales, la sociedad española. A lo largo de estos años la cuestión soberanista ha condicionado, influido y marcado el devenir de la política, la economía y la justicia hasta casi hacer estallar las costuras constitucionales. El engranaje del Estado de Derecho, pese a sus lentitudes y sus imperfecciones, frenó lo que Daniel Gascón denominó «golpe posmoderno» y consiguió mantener el orden previa y democráticamente establecido. Aquel empuje de realidad más las crisis posteriores, de todo tipo y una detrás de otra, han ido diluyendo el furor separatista y han culminado en eso que muchos llaman «bajar el suflé», que no viene a ser más que la inevitable vuelta al sentido común y la renuncia a métodos incompatibles con la legalidad.

Y ahora, tras ese largo viaje a ninguna parte, se atisba un independentismo que, enfrentado, fracturado y desnortado, finge que no se acuerda de nada de lo que ha ocurrido e ignora el daño causado. Como si no recordaran la división de la sociedad catalana (y de la del resto de España), el estrés colectivo, el estropicio económico y el desastre reputacional para una comunidad tan cosmopolita y plural, tan pionera y de vanguardia que quedó relegada a rehén del histerismo rupturista. Frente a tentaciones de desmemoria, conviene sellar a fuego lo vivido, por aquello de no repetir y de usar el aprendizaje como vía de avance, y confiar en que los ciudadanos sí serán capaces, ellos sí, de acordarse de todo.