Medidas económicas

No diga usted topar (por favor)

Frente al liberalismo más estricto y purista, se asume la pérdida de ciertas libertades económicas en tiempos bélicos, como tantas veces antes en la historia

De la mano invisible de Adam Smith a la cesta de la compra de Yolanda Díaz va una distancia aún mayor que los tres siglos que los separan. Un abismo ideológico casi tan profundo como el rechazo suscitado por la propuesta de la vicepresidenta de limitar el precio de algunos alimentos básicos para aliviar las cuentas domésticas. Aunque la idea no era novedosa, ya la probó Sarkozy en la Francia de la crisis del euro en 2011 con el «panier des essentiels» y sigue vigente en Argentina y sus «precios cuidados» (por cierto, con una inflación que galopa sobre el 70 por ciento), en España ha resultado solo un curioso entretenimiento. El globo sonda ha abierto otra brecha en el Gobierno (¿es posible alguna más?) y ha soliviantado a grandes superficies y pequeños y medianos comerciantes, ya convenientemente asfixiados por el aluvión de gastos, y todo para quedar diluido en la más absoluta de las nadas.

Que el debate político y social se centra en la economía es una evidencia: el eje sobre el que pivota este curso (y sus consecuencias demoscópicas) es de carácter financiero. Y, por lo tanto, urge la toma de decisiones. La conjunción de la crisis energética y el alza de los costes ha forzado el planteamiento de medidas excepcionales, de esas que obligan a replantearse principios que parecían inamovibles. La Unión Europea lo ha hecho. Más intervencionista y proteccionista que nunca, ha limitado los precios de la energía, diluyendo algunas de las líneas rojas propias del libre mercado, contraviniendo el dogma de la mínima intromisión en los procesos económicos y esquivando la máxima de que el Estado (o su equivalente supranacional) se ajuste al papel de árbitro para corregir disfunciones o irregularidades. Frente al liberalismo más estricto y purista, se asume la pérdida de ciertas libertades económicas en tiempos bélicos, como tantas veces antes en la historia.

Hasta ahí lo razonable. Sin embargo, en una especie de efecto mimético acelerado, una parte del Gobierno (sí, claro, la de Podemos), pretende exportar esa anomalía reguladora al mayor número de ámbitos posible: lo planteó con los alquileres y ahora reincide con las hipotecas para fijar un techo temporal que frene la subida de los tipos variables. Un impetuoso afán por acotar y restringir que, además, y al margen de cuestiones ideológicas o de técnica económica, ha terminado derivando en un efecto, muy contagioso, que consiste en recurrir al verbo «topar» para explicar sus intenciones. Y esto sí que es inasumible, en especial porque la RAE no reconoce el significado de limitar a este término en ninguna de sus once acepciones. No estaría mal tenerlo presente. No diga usted topar. Por favor.