Opinión

El beato Obispo y Virrey Palafox

Hoy, 6 de octubre, es una fecha que tiene un significado especial en la Historia de España al recordar la fiesta de un personaje de «interés general» en esos tiempos «recios», como calificó santa Teresa a los que ella vivió en el siglo XVI, en plena efervescencia del cisma luterano. Ahora vivimos otros no menos fuertes, en los que experimentamos una ruidosa apostasía que se extiende por Europa como ya anunciara S. Juan Pablo II hace veinte años.

La persona que hoy recordamos es Juan de Palafox y Mendoza, que siendo Obispo de Puebla de los Ángeles en 1640, tuvo que asumir por orden del Rey Felipe IV el cargo de Virrey de la Nueva España. Ese año 1640 fue calificado por el Conde Duque de Olivares como «el más desdichado de la Monarquía», y no le faltaban razones: las Armas españolas combatían en Flandes contra los protestantes, en Cataluña y el Rosellón contra el invasor francés al mando del Cardenal y «valido» Richelieu –apoyado en los predecesores de Puigdemont como caballo de Troya–, y en Portugal contra los seguidores del Duque de Braganza, que conspiraban para romper la unión de la Corona lusa con la española, unificadas sesenta años atrás con Felipe II.

El beato Virrey Palafox tiene una vida digna de novela, en la que la acción supera a la imaginación. Nacido hijo natural del marqués de Ariza, vivió sus primeros años con quien le acogió como su padre putativo, un humilde molinero y vigilante nocturno del Balneario de Fitero, que sorprendió a la sirvienta de la señora cuando iba a abandonar a la criatura recién nacida en una canasta, cual Moisés, en las aguas del rio Alhama. Reconocido por su padre al cumplir diez años, se lo llevó consigo para darle una educación conforme a su linaje, mientras su madre, arrepentida, profesó como carmelita descalza en Tarazona. En las Cortes de Aragón convocadas en Calatayud en 1626 cautivó con su elocuencia al Rey y a Olivares, y le llevaron a la Corte donde experimentó una singular conversión destacando en sus elevadas responsabilidades políticas. El seminario Palafoxiano de Puebla es una de sus numerosas obras en los intensos y complejos nueve años allí vividos, ganándose el respeto, cariño y admiración de los indígenas y la persecución de algunos no ejemplares religiosos. Murió como Obispo de Osma-Soria y desde 1659 descansa en el Burgo en olor de santidad. El proceso de beatificación de Palafox ha sido uno de los más controvertidos de la Historia de la Iglesia a causa de sus detractores durante su vida y aún muerto, pero culminó finalmente con Benedicto XVI en 2011. Esperamos su próxima canonización.