Opinión
En la fiesta de una mujer extraordinaria
El 4 de octubre de 1582 fallecía en la localidad de Alba de Tormes, Teresa de Cepeda y Ahumada, que está en la Historia como santa Teresa de Jesús o de Ávila, por su lugar de nacimiento. La circunstancia de que su muerte se produjera al anochecer del día de transición del calendario juliano al gregoriano, que saltó del 4 al 15 de octubre, hace que su fiesta se celebre hoy día 15.
Al escribir sobre la santa de Ávila se quedan cortos no solo el espacio disponible, sino también las palabras, pues intentar resumir las virtudes y hechos que adornan la personalidad de esta extraordinaria mujer, es una misión humanamente casi imposible. Por ello nos limitaremos a destacar un singular reconocimiento de la Iglesia hacia ella, que sirve para darnos cuenta de la gigantesca dimensión de su vida y su obra.
Hasta muy avanzado el siglo XX, la Iglesia Católica no consideraba a la mujer como posible acreedora del título de «Doctora de la Iglesia», que es el reconocimiento otorgado por el Papa o un concilio ecuménico a ciertos santos por su erudición como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos. Por este motivo, su elenco es muy reducido, siendo tan solo 37 las personas santas que actualmente gozan de tan honrosa distinción en la Iglesia universal.
Es muy significativo que su proclamación se produjera coincidiendo exactamente con el centenario de un momento de singular tribulación en la bimilenaria vida de la Iglesia: la caída de Roma el 20 de septiembre de 1870, hasta entonces y durante más de mil años capital de los Estados pontificios, quedando el Papa sin soberanía temporal, considerada hasta ese momento necesaria para ejercer su soberanía espiritual. Así, no fue hasta el 27 de septiembre de 1970, en otro momento de especial tribulación eclesial en plena crisis postconciliar, cuando Pablo VI reconoció a santa Teresa de Jesús como la primera mujer Doctora de la Iglesia, siguiéndola hasta hoy las santas Catalina de Siena, Teresita del Niño Jesús y Hildegarda de Bingen. Sin duda, un hecho que compendia el papel que ocupa en la Iglesia la santa abulense reformadora de la orden carmelitana y en la cúspide de la mística junto a san Juan de la Cruz.
Entre los numerosos reconocimientos que se le han otorgado, la recordamos como patrona de los escritores españoles, y lo hacemos con su espléndido poema «Nada te turbe»: «Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa. La paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le falta: solo Dios, basta».
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