España vaciada

Viaje de otoño (II)

«¡Ahí está el mojón de los tres reyes!». Sobre estos tres pilares se construyó España. Ahora no hay allí un alma.

Reanudamos el viaje de otoño por la España olvidada. Vale la pena hacer un alto en estas soledades antes de que se eche el invierno encima. Descendemos del puerto del Madero entre barrancos, pegujales y retazos de monte. Brilla el sol, pero sopla del Moncayo un vientecillo fresco. En Matalebreras, cruce de caminos, donde acampan los camiones, se abre el abanico de la Tierra Ancha –Fuentestrún, Castilruiz…– que un día fue próspera. Dejamos a la derecha la industriosa Ólvega, una de las pocas localidades sorianas que prospera y no se despuebla, y bordeamos la monumental villa de Ágreda, cargada de historia y de arte, con la huella de las tres culturas, casi en la frontera de Aragón. Sorprende su actual decadencia. Mi primer viaje, de niño, en un vehículo motorizado fue en la caja de una destartalada camioneta –el camión del Chupena–, envueltos en polvo, por una carretera infernal, para asistir a la popular romería de la Virgen de los Milagros.

La circunvalación deja de lado la villa de sor María de Ágreda, la venerable, asesora de Felipe IV, y el camino enfila hacia Zaragoza y Pamplona. En este punto uno se acuerda de que no queda lejos de allí la casa de Bécquer en Noviercas y, en el costado del Moncayo, el monasterio de Veruela, donde escribió las Leyendas mientras le minaba la tuberculosis y le ponía los cuernos su mujer, Casta de nombre para más inri.

En el cruce, torcemos hacia Navarra. Uno de los viajeros exclama: «¡Ahí está el mojón de los tres reyes!». Aquí se reunieron a parlamentar, según la tradición, en torno a una mesa de piedra los reyes de Castilla, de Aragón y de Navarra. Cada uno de ellos asentaba sus pies en suelo propio. Ese momento de la Historia se lo disputan varias localidades. En todo caso, sobre estos tres pilares se construyó España. Ahora no hay allí un alma.

Pronto entramos de lleno en la Ribera navarra. El paisaje se transforma. Aparecen los olivos y las primeras viñas, con los altozanos poblados de aerogeneradores. El calor se deja sentir. Para el viajero los nombres del camino son familiares. Cuando la gran emigración, las gentes de las Tierras Altas se inclinaron, lo mismo que las aguas, de forma natural, hacia el Ebro, en vez de hacia el Duero de Castilla. Tudela, Cintruénigo, Corella, Fitero, Cascante… era la ruta de los trujaleros y fue la nueva tierra de acogida. En Cintruénigo, donde acaba este viaje de otoño, recuerdo al tío Co en el trujal del Chivite con aquel olor intenso de las olivas machacadas.