Opinión

Púlpitos para la cultura de la muerte

¿Qué está pasando en Roma? No pocos católicos se plantean esta pregunta con honda consternación desde una indudable fidelidad a la Iglesia de Jesucristo, al contemplar lo que se conoce de la remodelación de la Pontificia Academia para la Vida fundada por san Juan Pablo II en 1994, y que constituyó una de las joyas más queridas de su pontificado.

La gota que ha colmado el vaso de la preocupación se debe a los últimos nombramientos y ceses, destacando la incorporación de la muy conocida proabortista atea italonorteamericana Mariana Mazzucato, que se destacó en su repulsa a los jueces que derogaron la doctrina de la sentencia Roe vs Wade, que eliminó el derecho constitucional al aborto en los EEUU. Pero por si eso fuera poco, se añade otra serie de nuevos académicos, como un teólogo francés crítico con la Humanae Vitae –la profética encíclica de san Pablo VI de 1968 que provocó la repulsa de todo el modernismo teológico y eclesial–, dos rabinos y varios musulmanes.

Todos ellos han sido creados por el Papa Francisco el 15 de octubre y, ante la polémica generada, la Pontificia Academia para (presuntamente) la Vida, ha emitido un comunicado en el que defiende esas incorporaciones por ser «necesario incluir a hombres y mujeres con experiencia en varias disciplinas y de diferentes orígenes, para un constante y fructífero diálogo interdisciplinar, intercultural e interreligioso». Ante tal ingeniosa interargumentación, la interpreocupación se interacrecienta, ya que resulta que para esta institución de la Santa Madre Iglesia –Católica, Apostólica y Romana– creada para la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, será preciso el consenso con ateos, abortistas y representantes de otras religiones. Así que la defensa resultante será la propia de una religión sincrética y global.

Todo demasiado claro como para no sumarse al grito del Dr. José María Simón Castellví, médico español presidente emérito de la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC), quien en un artículo titulado «Academia para la Vida: ¡No me puedo callar más!» publicado ayer, se pronuncia ante estos continuos nombramientos de «académicos abortistas, defensores de la eutanasia…», advirtiendo que «son justo lo contrario de lo que deseaba Juan Pablo II». Una cosa es el diálogo con los defensores de la cultura de la muerte para intentar atraerlos a la de la vida y para un mejor conocimiento mutuo y respetuoso de las razones respectivas, y otra muy diferente incorporarlos al púlpito de la Iglesia. Para hacerse oír ya tienen otros muchos púlpitos en la actual sociedad descristianizada.