Política
Los fondos europeos y la lección de Kafka
La burocracia, tan constante en toda nuestra historia, ya es un riesgo cierto que nos aboca a la condición de país inacabado
Contaba un ministro de Sánchez allá por 2020 que el gran obstáculo de los fondos europeos sería la burocracia. No es que fuera un titular de cartera con dotes visionarias, era, más bien, que conocía a la perfección el funcionamiento y las interioridades de la administración española: más cercana a los lamentos de Larra que a las eficiencias digitales de Jobs. Durante la agonía financiera pandémica, la promesa de esas remesas europeas representaba mucho más que un oasis en el desierto. Su llegada simbolizaba la posibilidad de esquivar el parón en seco de la economía, claro, pero, además, auguraba el impulso definitivo para aupar a España al pódium de las economías europeas y lanzarla a su mejor versión. Un empujón de desarrollo de más de 70. 000 millones de euros directos y otros tantos con plazo de devolución que transformarían al país en aquello que años de aspiraciones reformistas (hoy ya casi olvidadas) y promesas vacuas de nueva política no habían conseguido asentar.
El mantra que transmuta las crisis en oportunidades, no siempre cierto, pero sí aproximado, se materializaba, una vez más, por la Unión Europea. Sin embargo, y también una vez más, se topaba con la realidad en forma de barrera burocrática que alejaba la concreción de las ayudas de esos cálculos optimistas que rellenaban hojas y hojas de «Excel». Reconocimientos privados, un informe de Moncloa avala una ejecución insuficiente, y públicos, España y Portugal acaban de pedir a Bruselas «flexibilizar» los tiempos para concretar las inversiones, ya constatan el freno. Y también los representantes autonómicos, la otra parte implicada en el reparto de los fondos, se suman a la evidencia de que algo no va bien: refieren tantas dificultades para su implementación que alertan directamente de parálisis.
Procedimientos excesivos, trámites laberínticos y hasta términos ininteligibles alejados de los códigos cotidianos de pequeñas y medianas empresas se convierten en el freno que separa a los potenciales receptores de consolidar sus proyectos y, además, aparta a España del trayecto que la llevaría a instalarse en ese futuro deseado, más moderno y dinámico. La burocracia, tan constante en toda nuestra historia, ya es un riesgo cierto que nos aboca a la condición de país inacabado, a medio hacer, atrapado y bloqueado por el papeleo como si fuéramos K., el protagonista de «El castillo» de Kafka, novela que, por cierto, quedó inconclusa. Tomemos nota para evitar desafortunados paralelismos.
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