Podemos

Cómo (no) ser un partido político

De un extremo al otro, Podemos y Vox se enfrentan a los fiascos de este juego de parecidos razonables que termina desgajándose como una muñeca rusa en más y más proyectos personales

Hace unos años se pusieron de moda los libros para explicar cómo convertirse en algo. Casi en cualquier cosa que podamos imaginar. Algunos de aquellos manuales de autoayuda derivaron incluso en irónicas novelas con el gancho en el título. Las de Caitlin Moran, «Cómo ser una mujer» y «Cómo ser famosa», llegaron a ser superventas: con el humor como referente esbozaban las condiciones y los requisitos para la deseada transformación. Y, como emulando esta técnica, hay quienes han intentado convertirse en partido político. El afán por concurrir a las urnas desestructurando la arquitectura tradicional de las democracias se desató en pleno enfado colectivo tras la Gran Recesión, cuando se estableció la dicotomía vieja-nueva política y surgieron plataformas y movimientos, creados en torno a una idea, a una protesta concreta, a un personaje salvador. Cada uno con su estilo y peculiaridad, proclamaban las bondades de esquivar las fórmulas clásicas de estar en lo público.

Y, con las estructuras y los sistemas convencionales tambaleándose, en plena vorágine de derribo colectivo, esas otras formaciones llegaron a las instituciones. Pasado el tiempo, con su sosiego y su implacable dosis de realidad, muchas de esas construcciones, más forzadas que ciertas, han ido haciendo aguas. Al margen de salidas llamativas de cabezas de cartel, el desmontaje ha venido de la mano de una de las carencias más evidentes que las diferencia de los partidos: el soporte organizativo. Sin redes lo suficientemente sólidas ni conexiones territoriales, que, si bien es cierto que, en ocasiones, pueden generar disfunciones o lentitudes similares a pesadas burocracias, en otras lo que transparentan es, más bien, un caso de inconsistencia política: detrás de unas siglas o un logo apenas hay nada más.

De un extremo al otro, Podemos y Vox se enfrentan a los fiascos de este juego de parecidos razonables que termina desgajándose como una muñeca rusa en más y más proyectos personales. Todos ellos, eso sí, aquejados del mismo mal. Y, a escasos siete meses de las municipales y algunas autonómicas, en sus cúpulas reconocen que apenas saben citar quiénes son algunos de los candidatos que los representarán en esos comicios: un riesgo más que considerable con los ciudadanos como cobayas de un experimento colectivo. Basta seguir la trayectoria de algunas bancadas en el Congreso para elaborar una especie de contramanual con los requisitos clave sobre cómo (no) ser un partido político.