Nochevieja

Compasión y uvas

Llegados a un punto de sus carreras en que han accedido al dinero, necesitan ahora sentirse buenos

Ningún ser humano puede decir que no ha sufrido nunca. En ese simple mecanismo es en lo que se basa la compasión. Quizá sea esa nuestra gran diferencia con los animales, porque las fieras depredadoras desconocen la compasión por sus víctimas. Los humanos, en cambio, compartimos con nuestros semejantes la capacidad de imaginar cómo se sienten y eso desarrolla empatía. Es un sentimiento noble que nos dignifica. Ahora bien, ¿a santo de qué mezclar ese sentimiento complejo y delicado con emociones diferentes como las que provocan las matemáticas de los cambios del calendario lunar en el reloj?

Lo pregunto porque este fin de año en la retransmisión de las campanadas que hicieron todas las cadenas de televisión sus presentadores, a la vez que nos explicaban la mecánica percusiva de los cuartos con primarias onomatopeyas de primero de guardería, nos endilgaban también, sin venir a cuento, unos innecesarios, indigeribles y poco creíbles discursos compasivos hacia los más diversos temas y colectivos. Lo más incomprensible es que esos discursos y mítines compasivos los emitían, en general, señoras en ropa diáfana que evidenciaban una enorme ansiedad e impaciencia por mostrarnos más superficie de su epidermis. Yo soy un ferviente partidario de la desnudez ajena, algo siempre divertido (y en la televisión doblemente cómico y estimulante), pero me resulta francamente inverosímil mezclada con los discursos compasivos. Estos presentadores que practican ambas disciplinas simultáneamente (nudismo y compasión) ¿por qué lo hacen?

Yo creo que es porque, llegados a un punto de sus carreras en que han accedido al dinero, necesitan ahora sentirse buenos. Nada en contra de esa debilidad. Pero podrían practicarla en la intimidad y saciarse con la beneficencia anónima, que siempre es más elegante y verídica. Así se evitarían situaciones ridículas como las de las últimas campanadas y quizá pudiéramos volver a la clásica retransmisión de franca alegría, baile y embriaguez. Tres cosas que, de por sí, son ya perfectamente celebrables por sí mismas.