Política

De la argumentación… al insulto

En nuestro tiempo, en el que el relativismo campa a sus anchas, el mentir es admitido como «modus operandi»

Las razones de fondo, a las que respondía la convocatoria en Cibeles de un centenar de asociaciones cívicas del 21 de enero de 2023, fueron distribuidas –además de por las redes sociales– a los medios de comunicación nacionales y extranjeros, a los partidos políticos, a las embajadas y consulados y al Parlamento Europeo. El Manifiesto final, magistralmente leído por Júlia Calvet Puig y Nacho Trillo de Arespacochaga, resumía con precisión los motivos que habían provocado una generalizada indignación en la sociedad, ajena a las siglas partidistas a las que irremediablemente tenemos que recurrir –a duras penas– los ciudadanos de a pie en periodo electoral.

Tan evidentes eran las distintas sensibilidades de los allí congregados y tan nítidas las razones que los unían que resultó patética la información de algunos medios del gran pesebre mediático del Gobierno. Por citar un ejemplo, la intervención de Ángels Barceló (SER), leída cuidadosamente al dictado de Moncloa. Intervención, que lamento sinceramente, por proceder de una periodista con sobradas dotes de análisis y de dicción para no tener que incurrir en estos errores que la descalifican y desprestigian como informadora.

En primer lugar, la Delegación del Gobierno estimó que eran 37.000 las personas congregadas cuando un riguroso y elemental análisis apuntaba a las 620.000. Sea cual sea la versión oficial, contrastar con la realidad es lo menos que se le puede pedir a un profesional de la información.

Adjudicar la convocatoria a los intereses de los partidos políticos de la oposición, que –por cierto– tanto dejan que desear en su mutuo entendimiento, es una interpretación en clave partidista y cutre que nada tuvo que ver con el espíritu (entusiasta defensa de nuestra ejemplar Transición a la Democracia), ni con los modos, ni con los contenidos de esa movilización ciudadana, realizada con una incomprensible precariedad de medios económicos y con todos los obstáculos posibles por parte de la Delegación del Gobierno. ¿Acaso piensan los medios de comunicación que España depende de los partidos al uso y que los ciudadanos no tienen legitimidad para manifestar sin restricción alguna lo que piensan? Me corrijo, con la única restricción de evitar el insulto o la calumnia. Cuestiones que fueron evitadas en lo posible (insultos los hubo, calumnias ninguna) por la organización del evento, así como las dos únicas banderas preconstitucionales que se retiraron a dos personas mayores, sin oposición alguna por su parte, y que –con sorpresa– se justificaron: «era la que tenía en casa».

Pero calumnia… que algo queda. De este modo, se trasladó –o se pretendió trasladar– a la opinión pública, contra toda evidencia, el asalto al poder democráticamente elegido de unos trasnochados fascistas, adjetivo que por mucho que se repita, no dejará de ser un insulto grave. Grave, gravísimo porque el fascismo es una ideología y sistema totalitario de extrema derecha que se opone a la democracia, al liberalismo y a la internacionalización y que defiende la superioridad de la raza al estilo de los nacionalismos vasco y catalán. Nada de esto estuvo representado en Cibeles.

Además, se le adjudica al fascismo el oponerse al «comunismo». Esto lo hacemos muchos ciudadanos de bien tras la constatación de los denigrantes resultados del comunismo allí donde se ha establecido: el hundimiento del pueblo –en nombre del pueblo– en la más absoluta miseria material y moral. El comunismo ha consumado el más flagrante fracaso, económico, sociológico y antropológico. Y como los extremos se unen, los totalitarismos de ambos signos se encuentran. No pocos historiadores han considerado a Adolf Hitler y a Iósif Stalin como los mayores exponentes de las tiranías totalitarias del siglo XX: una fascista y otra comunista. Ambos demostraron un similar «respeto» por la vida y la dignidad de todo ser humano, causando decenas de millones de muertos antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial.

En nuestro tiempo, en el que el relativismo campa a sus anchas, el mentir es admitido como «modus operandi» por lo que no hay recato alguno en cuestionar la verdad en nombre de la libertad o del propio interés. Así, un gobierno y sus medios de comunicación comprados atropellan la verdad sobre las personas y sus legítimas posiciones, porque se ha desdibujado el referente con la realidad. En una sociedad modelada por el relativismo, la realidad se tambalea. Se justifica que comunistas formen parte del Gobierno en un Estado de la Unión Europea y la retahíla de atropellos a todas las instituciones que se enumeran en las mencionadas «Razones de fondo de la convocatoria del 21E» (cfr. www.forolibertadyalternativa.es).

Poco antes de ser fusilado por los nazis Marc Bloch afirmaba, como lo hicieron los ciudadanos congregados en Cibeles: «No existe (…) libertad que pueda ser plena si no se ha esforzado uno mismo en conquistarla». Calumnien, señoras y señores, aquí nos tendrán.